Mgs. Mireya M. Vásquez Tortolero
INTRODUCCIÓN
Algunos especialistas, entre ellos Juan Liscano (1980), creen que la obra de Rómulo Gallegos debe ser revalorada en función de métodos críticos. Este ejercicio, que aportaría una lectura novedosa, haría a un lado ciertos enfoques que han viciado la lectura de la obra galleguiana. Se refieren, sin duda, a los valores y colores localistas, folklóricos, nacionalistas, costumbristas, argumentales y textuales, por un lado, y por otro, la necesidad del rescate de la valoración profunda en función de símbolos, arquetipos, proyecciones trascendentes y contenidos insuficientemente, expresados por significantes (p.174), que nutren los estudios analíticos de la obra el escritor venezolano.
Acogiéndonos a esta propuesta, hemos decidido leer Doña Barbara desde otro punto de vista. Por ello, el objetivo fundamental de nuestro trabajo es referirnos a los problemas de construcción que ofrece Doña Bárbara como personaje y las relaciones actanciales que se desprenden de ésta hacia sus compañeros ficcionales.
Como es sabido, los personajes son portadores de significación del universo ficticio. Pero no es casual, tampoco, que algunos personajes, bañados de “autenticidad” traspasen las fronteras de la ficción para convertirse en modelos de lo real, como en el caso de Doña Bárbara. Este personaje es un eje en el que confluye, no sólo la identificación del lector, sino también la del autor. Todo ello conduce al diálogo autor / lector a través de los múltiples niveles de identificación que ofrece la figura.
El personaje es una figura del discurso. El diseño de Doña Bárbara arroja luces sobre las claves de su construcción y de su significación como productora de sentido, mientras sigue los modelos convencionales y no se edifica en función de la transgresión de los mismos. Se desea un funcionamiento específico, de acuerdo a su interrelación con los otros elementos del discurso, y siempre de acuerdo a su desplazamiento y jerarquización de la historia y la intriga en la composición total de la novela de Gallegos. Las preguntas se suceden: ¿Es doña Bárbara un simple portavoz de un mensaje ideológico positivista? ¿Por qué desata relaciones catóptricas en las cuales envuelven a otros personajes? ¿Cuáles son los mecanismos de ficcionalización que utilizó el autor para construirla? ¿Cómo operan estos y qué efectos producen en los elementos del discurso?. Nos proponemos redimensionar a Doña Barbara como ente individual en su tránsito por la historia, como cifra de actitudes vitales arquetípicas y, además, como elemento del discurso. Por ello, nuestra metodología - sin duda, ecléctica - toma en consideración a varios autores como Forster, Henry James, Noe Jitrik, Carmen Bustillo, Juan Liscano, Joseph Campbell y otros nombres y propuestas que nos resultaron pertinentes para los efectos de nuestro trabajo.
Doña Barbara es una figura a la que Gallegos le dedica más peso en el espacio narrativo y, a la vez, proyecta la mayor carga semántica. Es ella el principal portavoz del cuadro de (anti) valores del autor y, en esa medida, puede ser antiheroína, porque representa el opuesto a las expectativas y convenciones de un sistema ideológico y estético. Su oponente será Santos Luzardo, un personaje que crece a la sombra de la mujerona, inmerso en una ginecocracia literaria que lo devora. Es Hécate la que intenta seducirlo, mientras la madre terrible acosa a Marisela.
Marisela y Doña Bárbara se unen en un gesto narcisista. Narcisismo entendido como la proyección de un personaje en otro. Sin embargo, en esa conflictiva relación que se desata entre ambas, la ausencia tiene un papel protagónico y dicha ausencia está planteada con relación al otro, es decir, de Doña Bárbara hacia Marisela y viceversa. Hay una enorme cantidad de datos que yacen en la ficción para configurar las principales dimensiones del carácter contradictorio de ambos personajes, que son recipientes de la hostilidad del ambiente.
Este trabajo también revela que en lo femenino se puede anquilosar el poder del mito. El simulacro concentra lo bello y lo feo. Los personajes femeninos, en este territorio ficcional, son voces de murmurante memoria. Voces que revelan la secreta y terrible trampa: la unidad de todo. Se roban las cuotas de poder femenino contrata su participación en el orden cultural e histórico de esos personajes.
Doña Bárbara es pecado que aguarda su oportunidad y teje su trama de espejos, su red: hechicera de reflejos, Burla, fascinada, cualquier vigilancia, y encuentra la oportunidad para devorar a los hombres, mientras diseña el escenario para la caída que ella precipitará, se prepara - entonces - para la entrega de sus obras.
Este procedimiento va a hacer que Doña Bárbara, personaje conector, promueva el canibalismo entre los personajes. Estos se habitan de una intensidad de simulación que constituye su propio fin. Ella tiene que sobrepasar el límite, y las formas que adopte y las actitudes que asuma, obedecen al acoso, porque alrededor de ella giran tormentas. Las trampas del deseo se tejen y destejen a voluntad, como las trampas especulares que ella monta. Ella mira a los personajes, mirándose. Narcisista y fascinadora lleva la máscara de la acusación.
También verificamos que este personaje de Gallegos, va a refractar el mundo estructuralmente y la verbalización que lo construye diseñará su propia e interna verosimilitud, siempre y cuando responda a una función estética privilegiada que supere lo social o lo ético. Solución no siempre feliz en el caso de Gallegos, dado su discurso moralizante que impregna y reprime las acciones de los personajes.
Doña Bárbara parece haberse escapado de la censura del hablante implícito, ella se mueve con creciente libertad, y si bien su diseño no transgrede las nociones más contemporáneas de la literatura porque, por razones obvias, no pudo ser así, hay esbozos incipientes de una sólida construcción con ecos y resabios míticos.
Cada personaje va conformando su mundo a través de conversaciones y gestos; sin embargo, la prosa de Gallegos no es vertiginosa y no convierte a la escritura en un medio adecuado para mostrarlo todo. Es, en todo caso, el enfrentamiento entre lo incomprendido y lo incomprensible. Es la novela cruzada por largos túneles al fondo de los cuales, los personajes se muestran tal cual son. Cada uno quiere aprehender la imagen del otro, quiere verla, quiere ejercer la autoritas.
Constantemente el texto emite señales e indicios demasiado obvios que el lector atrapa con facilidad. La solución de cada aventura es predecible y un fracaso se acumula a otro fracaso. Después de todo, Doña Bárbara es lo que es mientras le dure el disfraz. Ella es la imagen de un ser dual con una doble proyección: hacia la barbarie que fascina y que se teme, y hacia el anhelo de ser el otro. Ella es, también capaz de generar un impresionante dominio espectral que contribuye a que se conforme un ambiente teatral de pesadillas, misterios y muerte. Se desplaza por el itinerario narrativo acechando y, en todo caso, deviene símbolo de decadencia.
DOÑA BARBARA, LOS PROBLEMAS DE CONSTRUCCIÓN DE UN PERSONAJE
¿Doña Bárbara es una heroína o es un personaje problematizado?. Los personajes son portadores de significación del universo ficticio, y la orientación va del autor y su referente al texto y, finalmente, al lector, quien recibe y, por lo general, resemantiza. Pero, estudiar al personaje como ente de ficción, aislándolo del referente real (del modelo de persona) impuesto por anteriores modelos críticos, resulta casi imposible. Para Carmen Bustillo (1992: 11), hay en el personaje demasiado de la figura del hombre mismo como para no caer en las tentaciones de la aproximación mimética, incluso invirtiendo los términos del movimiento realidad – invención. No es casual, entonces, que algunos personajes, bañados en “autenticidad” traspasen las fronteras de la ficción para convertirse en modelos de lo real como es el caso de Doña Bárbara.
Este personaje es un eje en el que confluye no sólo la identificación del lector (por analogía o por rechazo, el lector se reconoce en el personaje) sino también la del autor (quien hace una proyección de su concepción del hombre y de sí mismo, fragmentada o completa). Todo esto conduce al diálogo lector/autor a través de múltiples niveles de identificación que ofrece la figura del personaje (idem, p. 12).
El personaje es una figura del discurso. Cuando se diseña a Doña Bárbara, las claves de su construcción y de su significación como productora de sentido, sigue los modelos convencionales y no se diseña en función de la transgresión de los mismos. Una idea se ha convertido en una imagen y se desata un funcionamiento específico, de acuerdo a su interrelación con los otros elementos del discurso, siempre de acuerdo con su desplazamiento y jerarquización en la historia y la intriga en la composición total de la novela de Rómulo Gallegos. Pero, ¿es Doña Bárbara un simple portavoz de un mensaje ideológico abiertamente positivista? ¿Tiene coherencia interna? ¿ por qué es protagonista o, si lo relaciones catóptricas en las cuales se envuelven los otros personajes? ¿Qué mecanismo de ficcionalización utilizó el autor para construirla? ¿ Cómo operan éstos y que efectos producen en los elementos del discurso? A Doña Bárbara hay que redimensionarla como ente individual en su tránsito por la historia, como cifra de actitudes vitales arquetípicas y, además, como elementos del discurso.
Si vemos a Doña Barbara bajo la óptica de autores-teóricos como Forster y Henry James (idem, p. 42), quienes enjuician a los personales según proyecten una imagen auténticamente humana e identificable para el lector, ella entraría dentro de la categoría de characters, que son personajes con densidad y fuerte contorno, opuestos siempre a personajes diluidos o desdibujados, o apenas esbozados que llamaremos figuras o ficelles (elementos importantes dentro del tratamiento general de la historia, pero sin interés en sí mismo). El problema de esta visión analítica propuesta por James es que se resuelve en una proyección de vida. Sin embargo, la novela telúrica, en la que cabe la inserción de la obra galleguiana, concede más espacio a una visión como la propuesta de Jitrik (idem, p.35), quien rastrea el proceso de selección que lleva de los personajes masa y secundarios a la protagonista - Doña Bárbara -, como condensador jerárquico de la acción, y de allí al héroe, que sería el punto máximo de la energía transformativa (Idem, p.21)
Para Jitrik, surge la noción del héroe (heroína en nuestro caso) que es el protagonista como paradigma, el personaje aparecen todo su esplendor, no sólo como función en el mundo narrativo, para ordenarlo u hacerlo comprensible, sino referencia y relación con el mundo exterior, modelo de valores del mundo exterior incrustado en el campo narrativo imaginario (idem). Para este mismo crítico, la noción del héroe absorbe todas las otras, y rige polarizadamente casi todo el universo narrativo conocido. De acuerdo con esta teoría, Doña Barbara se construye a partir de modelos reales que simbolizan los valores de una sociedad dada. Doña Bárbara es una representación ideológica de la sociedad agrícola, y acaso bárbara, que exalta sus fundamentos afirmándolos y mitificándolos. En ese momento de trasvasamiento semántico, se reconocen autor y lector; por eso, esta noción está relacionada intrínsicamente con la verosimilitud. A través de este modelo, la sociedad - los críticos y lectores - alimentan y redimensionan la forma de Doña Bárbara, proposición enunciada por el escritor venezolano, Juan Liscano.
Doña Bárbara es una figura a la que Gallegos - aun desde el título que es, por demás indicial - le dedica más peso en el espacio narrativo y a la vez, proyecta la mayor carga semántica. Es ella el principal portavoz del cuadro de (anti) valores del autor y en esa medida puede ser antiheroína, porque representa el opuesto a las expectativas y convenciones de un sistema ideológico y estético. Su oponente será Santos Luzardo, un personaje que crece a la sombra de Doña Barbara, inmerso en una ginecocracia literaria que lo devora. Es hécate la que intenta seducirlo. Es la madre terrible que acosa a Marisela.
Para Feldam, Cyxiner y Kapal (1980)
“Gallegos muestra lo que debe ser América y también lo que no debe ser; lo bueno y lo malo en la naturaleza y en los hombres (...). La protagonista de la novela, y que le da su nombre, es justamente Doña Bárbara, criatura y personificación de los tiempos que corrían. El autor la presenta como el resultado lógico de su origen, su educación y el ambiente físico y espiritual en el que se ha criado (...) A un temperamento impetuoso, se suman en ella supuestos poderes de hechicería que cuida de alimentar en el espíritu simple y supersticioso de los sencillos campesinos (...) Frente a Doña Barbara, símbolo de las fuerzas oscuras y primitivas de la tierra; se yergue Santos Luzardo, verdadero antagonista, empeñado en hacer triunfar los valores de la civilización por su consagración al trabajo” (pp. 118-119)
Doña Barbara se inscribe en lo que Jitrik llama héroe naturalista (versión del héroe problemático de Luckans) porque es capaz de ejercer un criterio de discernimiento (alejado de la noción de héroe clásico). La construcción de este personaje ilustra la visión positivista. Por otra parte, se demuestra el afán de verosimilitud (entendida como reflejo de una realidad observable) en la que el personaje puede enfrentarse a la sociedad o identificarse con ella (Santos Luzardo). Pero si nos quedamos en este nivel analítico, no exploramos a los personajes como elemento del discurso, sino su representatividad como persona o símbolo de una colectividad.
La heroicidad y la noción de héroe siguen existiendo en la literatura galleguiana, aunque articulada a los arquetipos intemporales. Consideramos válido y pertinente revisar el enfoque arquetipal propuesto por Joseph Campbell en El héroe de las mil caras. Doña Bárbara, a ratos, celebra la destrucción - y aquí hay indicios de modernidad - la desintegración, el desastre y el fragmento, opciones de muchos para ver el mundo. Una imagen arquetipal es un espejo de la naturaleza colectiva que toma un lugar en la tierra y constituye, a partir de allí, el mito. Si héroes y hazañas sobreviven en nuestro tiempo, obviamente la literatura los va a registrar. Por ello, la aventura mitológica de Doña Bárbara y de su oponente Santos Luzardo, estaría marcada por la separación, la iniciación y el retorno ( la separación del mundo, penetración en una fuente de poder y regreso a otra vida para vivirla con más sentido). Y esto apunta a lo que Delprat (1980) esboza en Doña Bárbara, vigencia de una leyenda:
“Pero no es Doña Bárbara de tan sencilla construcción. La aventura de la protagonista principal y la de Santos Luzardo, segundo personaje del libro, son de doble dirección. En cada uno se ilustra la posibilidad de seguir un camino determinado: a la regresión o al progreso. La historia no es una vía de sentido obligatorio; no hay una necesidad histórica sino una alternativa. Como en las leyendas tradicionales, (...) el protagonista puede escoger entre el bien y el mal, entre el amor y el odio, entre la acción constructiva y la destructiva, en ningún caso se sugiere la elección entre las formas del pasado y las del futuro (excepto al final, cuando Santos Luzardo es mostrado como visionario en sus proyectos de transformación de los llanos)” (pp.206-207).
Doña Bárbara es recipiente de arquetipos universales, especialmente los referidos a la figura de la mujer, trina en esencia y una en persona: (Hécate-Kore- Ceres). El complejo arquetipal griego toma y modeliza a las figuras femeninas y las resuelve en la tríada previamente mencionada (Ceres es la madre eterna; Hécate es la bruja y el eterno misterio; es decir, la esfinge, y Kore es la hija, la doncella eterna). El complejo arquetipal femenino de naturaleza triforme hace acto de presencia en Doña Bárbara. Ella es Ceres, madre dadora de vida, capaz del sacrificio ( al final); pero es también madre mala, expulsadora, dominante, devoradora de hombres y castradora.
“Ni aun la maternidad aplacó el rencor de la devoradora de hombres; por el contrario, se lo exasperó más. Un hijo en sus entrañas era para ella una victoria del macho, una nueva violencia sufrida, y bajo el imperio de este sentimiento concibió y dio a luz una niña que otros pechos tuvieron que amamantar,porque no quiso ni verla siquiera”. (R. Gallegos:1964,66)
Kore está representada por Barbarita, la muchacha dulce e ingenua que se enamoró de Asdrúbal en el bongo, y por Marisela, la hija de La Dañera, virgen, cerrada, fría y rechazante. Y la otra cara de Doña Bárbara, la de Hécate: hechicera, bruja, seductora de los filtros del amor, bruja diabólica y cortesana. Sólo ella sabe que el arquetipo de la brujería cristaliza la femenidad. Es la esfinge, enigma por excelencia.
“En efecto, la superioridad de aquella mujer, su dominio sobre los demás y el temor que inspiraba, parecía radicar especialmente en su saber callar y esperar. Era inútil proponerse arrebatarle un secreto; de sus planes nadie sabía nunca una palabra; en sus verdaderos sentimientos acerca de una persona, nadie penetraba.” (idem, 132-133)
Es la legendaria Eva sierpe:
“En la habitación de los conjuros, ante la repisa de las imágenes piadosas y de los groseros amuletos, donde ardía una vela acabada de encender. Doña Bárbara, de pie y mirando el guaral que media la estatura de Luzardo, musitaba la oración del ensalmamiento; -Con dos te miro, con tres te ato; con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. ¡Hombre! Que yo te vea más humilde que Cristo ante Pilatos.”(p.323)
Los espectros internos, los dobles femeninos, atraen a sus víctimas-cómplices y las dejan abandonadas. Enmascarada, Doña Bárbara, esconde una Eva-sierpe, una “virago” satánica, nefasta. Es mujer dañina, castradora para el hombre. El deseo femenino está imbricado con la muerte, porque quienes deben de la fuente matricial saben de su poder mortífero, letal:
“Y en vez de procurar conquistarse el amor de Santos Luzardo, sólo por artes lícitas de mujer enamorada, o apoderarse de su albedrío como se apoderó del de Lorenzo Barquero, o suprimirlo a mano armada, como había hecho con todos los hombres que se atrevieran a oponerse a sus designios...” (p.326)
El personaje de Doña Bárbara, como todo el diseño narrativo de Gallegos, va a refractar el mundo estructuralmente y la verbalización que lo construye diseñará su propia e interna verosimilitud, siempre y cuando responda a una función estética privilegiada que supere lo social o lo ético. Solución no siempre feliz en el caso de Gallegos, dado su discurso moralizante que impregna y reprime las acciones de los personajes.
Por la construcción de la enigmática Doña Bárbara, podemos inferir que ésta parece haberse escapado de la censura del hablante implícito, pues se mueve con creciente libertad. Si bien su diseño no transgrede las nociones más contemporáneas de la literatura, porque, por razones obvias, no pudo ser así -el momento histórico y literario no lo permitía- hay esbozos incipientes de una sólida construcción con ecos y resabios míticos.
Gallegos cae en el diseño de dos tipos de personajes: dinámicos y estáticos, chatos y redondos. Pero el intento del autor es el de representar tipos que se construyen alrededor de ideas o cualidades. Sus personajes son siempre predecibles y es muy raro que uno de éstos llegue a sorprender al lector de una manera convincente. Hay una reflexión didáctica que opera en el hablante implícito en cuanto a los rasgos humanos que definirán a uno de sus personajes y la cualidad de movimiento que esos rasgos alcancen.
En el caso de Doña Bárbara, como personaje, su inspiración está basada en la esfinge, como hemos señalado previamente, porque ésta como aquélla es violadora y asesina de varones, pero nunca de mujeres. Ambas son íncubos femeninos que matan abrazando y sofocando. Doña Bárbara es portadora de enigmas y es una mujer de estética envenenada, una especie de diosa histérica que preside altares y terrenos, es en todo caso, el paradigma de la mujer fatal. Doña Bárbara, como esfinge, es capaz de seducir por su naturaleza arcaica, sus connotaciones esotéricas y su fuerte potencial erótico.
El parentesco de Doña Bárbara con la esfinge puede extenderse, si queremos, a Medusa, una de las Gorgonas, ambas terribles con una mirada penetrante, capaces de convertir a los hombres en piedra o de destruirlos con una simple caricia. Enigma por excelencia, Doña Bárbara contiene, en su significado, un último reducto inexpugnable. Su apelamos a Jung, veríamos un símbolo de la madre terrible en la que se hallan rastros mitológicos. Bajo la máscara que concierne a la imagen de la madre y también a la naturaleza, se esconde el mito de la multiplicidad y la fragmentación enigmática de Cosmos y también s esconde la Bruja. Doña Barbara aparece revestida de una ambivalencia notable: como imagen de la naturaleza y como la imagen terrible, como sentido y figura de la muerte. Vemos, por eso, que para Marisela, regresar a la madre significaba morir.
La existencia de Marisela es posible en la medida en que la mujer mata simbólicamente a su madre y así será siempre porque las cosas vuelven al lugar de donde salieron. Esto hace que lo ajeno se mezcle con la esencia propia. Sombra e imagen se funden. El reflejo remite siempre a la imagen original, primigenia, y la imagen que ve Marisela muestra una bruja, una mujer seductora. Hécate se enfrenta a la falo, y lo hace subliminalmente. Por eso Doña Bárbara es capaz de dominar bajo las sábanas, dominación sexual de una primigenia que seduce a una Adán asustado (Lorenzo Barquero)
"La primera víctima de esta horrible mezcla de pasiones fue Lorenzo Barquero (...) y allá se tropezó con Barbarita, una tarde (...), una tormenta llanera que se prepara y desencadena en obra de instantes, no se desarrolla, sin embargo, con la violencia con que se desataron en el corazón de la mestiza los apetitos reprimidos por el odio, pero éste subsistía y ella no lo ocultaba.
-Cuando te vi por primera vez, te me pareciste a Asdrúbal - díjole después de haberle referido al trágico episodio -, pero ahora me representas a los otros, un día eres al taita, otro día eres el Sapo Y como él replicara, poseedor de orgullo: -Si cada uno de los hombres, todos aborrecibles para ti; pero, representándotelos, uno a uno, yo te hago amarlos a todos a pesar tuyo. Ella concluyó rugiente: - Pero yo los destruiré a todos en ti." (p. 65)
Doña Bárbara está ligada íntimamente al destino, es decir, ella representa la figura materna bajo la divinidad del destino. Ella es el aspecto cruel de la naturaleza, su indiferencia con el dolor humano. En este territorio intimo (narrativo), la realidad se confunde con las necesidades animales. La aterradora imagen de la feminidad tiene un reverso siempre presente de anarquía, fealdad, vicio y terror que se yergue con su fuerza divino - satánica para precipitar el caos.
Todo lo que se aproxima a Doña Bárbara se torna ambiguo. Ella prepara pociones de amor mágicas y venenos de sórdidos encantamientos. Esta parte terrible nutre a la Gran Madre. La mujer, siempre en la encrucijada, espera inmortal, puesto que se repite; representa la traición, la venganza, se apodera del alma de los hombres que la rodean y los va castrando. Las manipulaciones de la bruja - mujer consiste en hacer creer el varón muy importante, como en efecto sucede con Lorenzo Barquero, a quien al mismo tiempo que le oculta su risa despiadada, le asierra, sin él saberlo, las patas de su trono. Ella humilla al falo, pero sin duda lo reivindica para sí y en cierto modo, lo hace con su mágica y destructora sabiduría.
Algunos autores han creído que lo que hace hembra a una mujer es lo que permite a la serpiente derribarla o la capacidad para inducir a un hombre a unirse con ella en pecado. Lorenzo Barquero será tiernamente vencido por el encanto femenino. Doña Bárbara cumple con la antigua función de la bruja: atormentar a los hombres en los sueños. Ella pone perpetuamente ante los hombres la amenaza de la no existencia; sabe dominarlos y posee conocimientos para seducir y abortarlos:
"El diabólico poder que reside en las pupilas de los dañeros y las terribles virtudes y las hierbas y raíces con que las indias confeccionan la "pusana" para inflamar la lujuria y aniquilar la voluntad de los hombres renuentes a sus caricias, apasiónanla de tal manera, que no vive sino para apoderarse de los secretos que se relacionan con el hechizamiento del varón." (p. 63)
Doña Bárbara es una bella atroz, es una esfinge. La sensualidad profunda de esta mujer reside en el enigma y el enigma, si nos remitimos a la mitología, lo representa la esfinge. Doña Bárbara, como ésta, aterrorizada la población proponiendo enigmas y devorando a los que no son capaces de resolverlas, es evidente, entonces, que algunos arquetipos permean el tejido mismo de la construcción de este personaje galleguiano. Baste recordar, de nuevo, las múltiples formas que adquieren las relaciones de poder entre las figuras masculinas y femeninas, porque detrás de cada aventura que emprende el personaje hay un héroe que la ha cumplido antes, porque el mundo del mito es una fuerza secreta que condiciona el destino, es la geometría secreta que tiene amplias implicaciones textuales
"Ya iba a hacerlo, pasado el momentáneo desconcierto, cuando Marisela volvió a detenerla exclamando: -¡Bruja!. Tal como dos masas que chocan, saltan en el encontronazo y caen luego desmoronadas, confundiendo sus fragmentos, así sucedió en el corazón de Doña Bárbara cuando en los labios de la hija estalló el epíteto infamante, que nadie fuera osado a pronunciar en su presencia. El hábito del mal y el ansía del bien, lo que ella era y lo que anhela ser para que pudiese amarla Santos Luzardo, chocaron, se encresparon y se confundieron, desechos, en una masa Informe de sentimientos elementales..."(p. 324)
Tras la escena que protagonizan Marisela y Doña Bárbara, desfilan muchas imágenes y pruebas de dominación, sublevación y sumisión. Doña Bárbara se suprime como esclava y trasciende, puesto que su conciencia servil inicial va diluyéndose interiormente. Siempre dispuesta para la transformación, persigue la autonomía que encuentran en el origen mismo de su servidumbre, encarnado en el amo-hombre que, posteriormente, será devorado, porque el esclavo triunfa donde el amo fracasa.
Doña Bárbara desea reducir a su hija para privarla de su amenazadora potencia-presencia. Aquí hay una ambivalencia afectiva: amor odioso y odio amoroso. Marisela, por su parte, inicia su propia construcción en solitario y materniza (posee) su realidad. Las verdades que arguyen los personajes, siempre diferentes, suprimen y complementan otras.
Solitarias, Marisela y Doña Bárbara dan rienda suelta a sus alucinados proyectos de eliminación:
"Pero, ¿quién ha dicho que sea necesario que él se me declare? ¿no puedo seguir queriéndolo por mi cuenta? ¡ y por qué ha de llamarse amor el cariño que le tengo?. No, Marisela. Cariño se le puede tener a todo el mundo y a muchas personas la vez. ¿adoración?...pero, ¿por qué razón todas las cosas deben tener un nombre" (p. 294)
También Doña Bárbara proyecta:
"...hasta allí todos sus amantes,víctimas de la codicia o instrumentos de su crueldad, habían sido suyos, como las bestias que llevaban la marca de su hierro; pero el verse desairada una y otra vez por aquel hombre que ni la temía ni la deseaba sintió - con la misma fuerza avasalladora de los ímpetus que siempre la habían lanzado al aniquilamiento del varón aborrecido –que quería pertenecerle, aunque tuviera que ser como le pertenecían a él las reses que llevaban grabado a fuego en los costillares el hierro altamireño..." (p.245)
Hay cantidad de datos que están allí para configurar las principales dimensiones del carácter contradictorio de ambos personajes, que son recipientes de la hostilidad del ambiente: la madre y la bruja, la unidad y la desunidad. En lo femenino se anquilosa el poder del mito y la mujer devorará el mundo ficticio. Una compleja metamorfosis está presente, un simulacro que concentra la belleza y la fealdad, es decir, la madre y la hija, a Doña Bárbara y a Marisela. Ellas son dueñas de voces de murmurante memoria, voces que revelan la secreta y terrible trampa: la unidad del todo. Doña Bárbara-Hécate surge voraz, como la terrible y castradora madre, la bruja eterna. Entre mujeres se roban la cuota de poder que se van acumulando como capaz de polvo, y el poder femenino contrata su participación en el orden cultural e histórico de estos personajes.
El régimen social matriarcal se impone por los lazos de la sangre, por las relaciones telúricas y por la aceptación pasiva de los fenómenos naturales, en el caso de Santos Luzardo, que va a representar el Patriarcado, hay respeto a la ley del hombre y a la obediencia jerárquica. Pero, los hombres de esta novela atraviesan por una fase en la cual se sienten dominados por el principio femenino. Doña Bárbara se presenta como enigma porque puede encartar, divertir y alejar de la evolución, pero también, puede aparecer como la Gran Madre, es decir, como la naturaleza. Como imagen arquetípica, este personaje es complejo, y la participación de elementos morfológicos femeninos, en símbolos tradicionales, como en este caso la esfinge, alude siempre al fondo de la naturaleza sobre el que se proyecta una idea, un concepto o una sumatoria de cosas. Doña Bárbara es instintiva y sentimental.
Pareciera que la existencia de Doña Bárbara es necesaria por la permanencia de los lazos que genera la posesión de la tierra, ella exalta la magia, el esplendor de la naturaleza agreste. Su fin primordial es vencerse así misma, por eso entrega sus obras. En su destino coinciden lo histórico y lo simbólico. El poder es Doña Bárbara.
"... la superioridad de aquella mujer, su dominio sobre los demás y el temor que inspiraba parecían radicar especialmente en su saber callar y esperar. Era inútil proponerse arrebatarle un secreto. De sus planes nadie sabía nunca una palabra, en sus verdaderos sentimientos acerca de una persona, nadie penetraba. Su privanza lo daba todo, incluso la incertidumbre perenne de poseerla realmente; cuando el favorito se acercaba a ella, no sabía nunca con qué iba a encontrarse. Quien la amara, como llegó a amarla Lorenzo Barquero, tenía la vida por tormento." (pp. 131-132)
El enfoque arquetipal es imprescindible, según algunos teóricos, para acceder a otras zonas de interpretación del texto -siempre y cuando exista la convicción de la persistencia de ciertos mitos compartidos- que muchas veces son el sostén del diseño de los personajes y de la estructura significativa de muchos relatos. No es gratuito, entonces, que un personaje sea la confluencia de un efecto de contexto, y cuando esto ocurre, es a través de la reconstrucción de las relaciones semánticas intratextuales como opera el lector.
Si en efecto hay resonancias míticas en Doña Bárbara, éstas deberán rastrearse dentro de la concepción del hombre (símbolo para sí mismo cuando tiene conciencia de su ser) y su relación con el medio en que vive para delimitar los rasgos que definen su época o su momento histórico. El personaje siempre será portador u opositor del sistema de valores propuestos intrínsecamente en la novela. Doña Bárbara y Santos Luzardo se sumergen en una realidad degradada y reviven los mitemas (unidades estructurales mínimas del mito en el discurso) del llamado, camino de pruebas, regreso y umbral.
Santos Luzardo emprende un viaje hacia el llano. Ese viaje lo pone en contacto con otros niveles de la realidad además lo enfrenta con Doña Bárbara. Pero, al final, ese enviado será el agente transformador del medio y el vocero del positivismo o de la civilización. Se cumple así la función ética del personaje moralizante (Mukarovsky dixit). Por lo tanto, el personaje se siente exilado, insatisfecho con el entorno. Doña Bárbara y Santos Luzardo deberán enfrentarse al descenso a los infiernos, a la experiencia de la noche, el encuentro- fundamental en la novela- a la persecución y a la huida. Esos son los caminos de la iniciación:
"En el primer momento Santos Luzardo se presenta como el hombre americano que ha perdido su identidad verdadera y regionalista al contacto con la ciudad. El trasplante ha producido en él la pérdida del sentimiento de patria, y está dispuesto a emigrar (...) Cuando después de pasar varios años en la ciudad, Caracas, donde ha seguido estudios universitarios, Santos Luzardo vuelve al llano, el contacto con el paisaje de la infancia despierta en él sentimientos olvidados; y siente crecer en su interior las fuerzas morales que le permitirán luchar contra Doña Bárbara para imponer leyes objetivas y justas." (Fledman:1980, 113-114)
Doña Bárbara rechaza y fascina, por ello es una figura abyecta (esa encrucijada donde lo bello y lo feo se entroncan). Doña Bárbara es una imagen –para Marisela- del reproche casi permanente. La Doña es un monumento enloquecedor, donde lo opuesto femenino/masculino, se junta para formar un fantasma defensivo contra el poder persecutorio de la madre. Marisela se desplaza hacia su madre y finalmente tome el lugar de lo femenino, puesto que ésta es jánica: ella enlaza belleza y muerte. En esta particular circunstancia, el personaje se transforma y la violencia lo posee. Así el abrazo se transforma en estrujón y la palabra en grito:
"Marisela se había precipitado a la repisa y echado al suelo, de una sola manotada, toda la horrible mezcla que allí campaba: imágenes piadosas, fetiches y amuletos de los indios, la lamparilla que ardía ante la estampa del Gran Poder de Dios y la vela de la alumbradora, mientras con una voz ronca, de indignación y de llanto contenido, rugía: Bruja! ¡Bruja!. enfurecida, rugiente, doña Bárbara se le arrojó encima, le sujetó los brazos y trató de arrebatarle la cuerda. La muchacha se defendió, debatiéndose bajo la presión de aquellas manos hombrunas, que ya le desgarraban la blusa, desnudándole el pecho virginal, para apoderarse de la cuerda que había ocultado en el regazo." (Gallegos:1964, 324-325)
Una mujer puede ser tanto como un hombre eficaz y terrible, además de temible, cuando entra en un contexto novedoso o cuando se tropieza con un personaje que la obliga a ello. El desencadenamiento de las acciones deviene cálculo solapado. Doña Bárbara detenta el poder sobre los hombres, sobre los amores y sobre los bienes. El femenino economiza, amasa y se instala para controlar a los hombres dóciles que, en el caso de Lorenzo Barquero, es un personaje problematizado y depresivo. No así en el de Santos Luzardo, quien será su oponente más feroz. Sin embargo, Doña Bárbara ensanchada se proyecta al infinito. En esa hechicería de reflejos, la forma femenina inicial nacerá al contacto del pecho masculino y posteriormente se vengará de él:
"Ya sólo rencores podía abrigar su pecho y nada la complacía tanto como el espectáculo del varón debatiéndose entre las garras de las fuerzas destructoras". (p.163).
Doña Bárbara es pecado que aguarda su oportunidad y teje su trampa de espejos, su red. Burla, fascinada, cualquier vigilancia y encuentra la oportunidad para devorar a los hombres, mientras prepara el escenario para la caída que ella precipitará, se prepara para la entrega de sus obras.
Si ciframos nuestra atención en lo tipológico arquetipal; es decir, los celos, el poder, la ambición, el amor, la traición, los elementos todos que están en la novela de Gallegos, nos pueden ofrecer un profundo significado, y de hecho, encarna en la condición humana con todo lo que ésta tenga de trascendente. Aunque su dinámica, como elemento del discurso será lo que los provea de autonomía y trascendencia propia.
En el discurso de la novela, el habla del oprimido es pobre, monótona e inmediata. La mayoría de los personajes sólo disponen de un lenguaje: el de los actos. Un habla casi incapaz de mentir, porque la mentira es una riqueza, porque implica formas de recambio, y esta pobreza esencial produce mitos indiscretos. Mientras que Doña Bárbara como personaje opresor es todo, y esto es un simulacro, su palabra es rica, suelta. La opresora posee un habla gestual, teatral. La preponderancia de Doña Bárbara radica en que su lenguaje tiende a eternizar, a mitificar, mientras que el de Santos Luzardo tiende a transformar. El misterio sólo se accede profundizando. Es la esfinge. El poder de un personaje femenino capaz de devorar a otros cercanos.
Doña Bárbara, al final de su itinerario ficcional, ha llegado al fondo de sí misma y ha reconocido toda la profundidad de la vida porque abandonó todo y fue abandonada por todos, para ella todo ha zozobrado y se ve sola con el infinito: es un paso mayor que Platón comparó con la muerte. Personaje que es espejo de la naturaleza. Con ella se inauguran un mundo y con ella se termina. Si Doña Bárbara es espejo, quizá el escozor que ella produzca a los otros personajes radique en que el espejo, para algunos, es jeroglífico de la verdad (porque la verdad no puede permanecer oculta), pero otros creen que los espejos son símbolos de la falsedad porque muestran las cosas distintas de cómo son.
LOS JUEGOS DEL PODER
Antes de introducir el problema del espejo, debemos tocar el Narcisismo como una categoría unida a la arbitrariedad. Muchas veces el narcisismo puede funcionar como un elemento neurótico de la caracterización del personaje. Doña Bárbara desarrolla movimientos espectaculares que se reflejan en la naturaleza, ese movimiento no se va a resolver en la obra de Gallegos en un proceso metaficcional, puesto que dicha obra no está insertada dentro de la literatura contemporánea, que resuelve el narcisismo en su cualidad de auto-representación.
Para efectos de este trabajo, nos interesa explorar la red de relaciones que genera este personaje en el horizonte de las expectativas del lector. Son conexiones de memoria cultural que articulan el pasado y el presente, son los tejidos intertextuales que resemantizan las imágenes, es la habilidad del mundo representado para provocar la imaginación del lector hacia la visualización de mundos posibles a partir de determinada estrategia narrativa. Un mundo posible sería, entonces, aquél que despliega un indefinido abanico de proposiciones, acciones y desarrollo de los acontecimientos. Un personaje como Doña Bárbara produce esos efectos en el lector, lo cual es un logro porque el lenguaje galleguiano no es capaz de tejer trampas desde el comienzo.
La novela nace como la posibilidad de poder crear mundos alternos a través de la palabra, mundos que sustituyen una realidad incompleta, rechazada, desencontrada con los propios ideales. La novela de Gallegos no dialoga con su estatuto ficcional porque se empeña en producir una ilusión de realidad que copia el referente del que parte, en este caso, el tránsito de la Venezuela Agrícola a la Venezuela Petrolera. Al reflejar fidedignamente esa realidad, no construye un otro sino un mismo, es decir, si se imita, sise limita a una reproducción de espacios, estamos en presencia de una extensión monológica de imágenes que se repiten con variantes infinitas, pero sin diálogo ni alteridad. Si vamos a ver la ficción como una proyección del otro que hay en uno, es decir, el objeto del sujeto que es el mismo, si se llega a creer que se está construyendo otra realidad con los mismos límites y las mismas leyes, lo que se produce es una ilusión referencial.
Los elementos de la novela conceden un peso específico mientras revelan el juego de poder entre los sexos, porque aquí el poder se ejerce a través de la dominación - manipulación. Los personajes femeninos. Doña Bárbara y Marisela son otros en la medida en que muestran (poseen) diferentes facetas, gestos y partes para cada hombre. Ellas sienten el placer de ser otras, se degradan, se invierten, se trastocan y se revierten. Son manipuladas, pero también manipulan. En esa escenografía narrativa, ellas simulan y dominan, y tras la máscara hay un juego de poder en cómplice vecindad con un juego de espejos.
Estructuralmente hay un juego de poderes, de manera que todo el funcionamiento, todo el mecanismo de Doña Bárbara, personaje "axis mundi", promueva el canibalismo entre los personajes. Canibalismo novelístico porque se terminan de apropiar de características vecinas. Ella se apodera de la personalidad de los hombres que la rodean.
Doña Bárbara es espejo de la naturaleza. Una metáfora que quizá no ha sido estudiada por los teóricos o los especialistas. Doña Bárbara se espejea a sí misma a la vez que espejea la realidad, y sus actitudes en la novela sólo reflejan el hecho de que ella constantemente se está mirando a sí misma y que ella es metáfora de su particular mitología amazónica: las amazonas se gobiernan por sí misma sin intervención de ningún hombre, y a la cabeza tienen una reina. Sólo toleran la presencia de hombres a título de criados para los trabajos serviles (P. Grimal: 1979,53).
Dice Juan Liscano:
"No era la devoradora de hombres como dice Gallegos, sino la amazona cuyo destino arquetipal se desvía momentáneamente con el encuentro del amor" (Liscano:1980, 175)
Por otra parte, ofrece sugerentes vías para determinar las búsquedas de sentido, que en este caso actualiza la fuerza y la trascendencia de la invención del personaje como un ente ficticio; sin embargo, el lector va a presenciar la puesta en escena, porque Gallegos no permite que se desagüen los datos en su novela. Por lo tanto, el lector no tiene que participar activamente en la práctica significante porque el texto no se lo presenta como reto.
Doña Bárbara establece conexiones significativas con un objeto tan extraño como es el espejo y con un objeto tan cotidiano como es la tierra. El mismo carácter del espejo, la variabilidad temporal y existencial de su función, explican su sentido esencial y sus conexiones tan diversas. Por ello, Doña Bárbara es capaz de autocomtemplarse y a su vez reflejar el universo telúrico. Pero, como el mundo es discontinuo y las leyes del cambio se imponen, este personaje no puede permanecer, entonces sobreviene la sustitución y comienza a proyectarse desde su óptica el sentido negativo, acaso caleidoscópico que aparece y desaparece continuamente. Por eso la mujerona proyecta un sentimiento ambivalente, maniqueísta: un odio amoroso.
Doña Bárbara, como espejo, puede reproducir imágenes porque genera cambios, pero también las contiene y las absorbe, ella suscita apariciones, devuelve las imágenes que un día aceptará en el pasado y anula distancias reflejando lo que un día tuvo frente a sí y ahora se halla en la lejanía. Después de todo, ella sabe que lo único que cura la herida es el hierro que la ocasionó:
"Puesto el ojo en la mira que apuntaba al corazón de la muchacha embelesada. Doña Bárbara se había visto, de pronto, a sí misma, bañada en el esplendor de una hoguera que ardía en una playa desierta y salvaje, pendiente de las palabras de Asdrúbal , el doloroso recuerdo le amansó la fiereza". (Gallegos: 1964,447)
El espejo en Doña Bárbara desata tal cantidad de reflejos que los personajes quedan envueltos, distorsionados, mientras ella complace, multiplica, miente y genera espectros. Pero todo lo que ella va a proyectar, posteriormente va a desaparecer, y en este sentido, paradójicamente, lo que ella proyecta será representaciones de la realidad, no la realidad misma. Doña Bárbara se asume como ficción, pero en términos muy incipientes, puesto que la construcción del personaje no da para más y es sintomática su voluntad final de desaparecer del mundo ficcional. Este personaje se regodea en su propia imagen y siente sentimientos de aceptación y de rechazo hacia su propia imagen. Ella anhela ser la opción real, la verdadera realidad y se ama a sí misma como tal, pero se odia como falsa. El personaje, figura fundamental del mundo ficcional, nace, vive y desaparece como cualquier otro, sin permitirse inventarse como ficticio dentro de la ficción, y no explicita los movimientos que hace de esa invención una realidad en proceso.
Con Doña Bárbara aparece el enmascaramiento catóptrico (o espejeante). Ella persigue la conversión, que por otra parte, siempre es metamorfosis y probablemente transfiguración. Debajo de la máscara, el espejo: la imagen directa, pero invertida: Hécate. Esos espejos que recubren a Doña Bárbara muestran el horror. El vértigo arrastra al abismo de la muerte, pero aparentemente no es arrebatado por entusiasmo alguno: una quietud se mantiene entre la cima y la sima,
Por otra parte, la escena desarrollada entre Doña Bárbara y el Socio ocurre en un ambiente simbólico. Esa sombra que la acompaña es el doble negativo de su cuerpo, la imagen de Hécate, de su parte maligna e inferior, esto se enlaza con la traducción mágica de la catoptromancia donde el futuro, el presente y el pasado se descubren en esas turbulentas profundidades. Los contornos se desdibujan y el movimiento de vida surge como una evocación de brujería. Si el personaje Doña Bárbara se mimetiza con la sombra, podemos verla como un alter ego, un alma, porque la sombra en el agua o en el espejo es parte vital de sí misma. En este sentido, el Socio es la personificación de la parte primitiva e instintiva de ella:
"- ¡Calma!- se recomendó mentalmente - Calma. Y en seguida la impresión de haber oído una frase que ella no había llegado a pronunciar-: - Las cosas vuelven al lugar de donde salieron. Eran las palabras que había pensado decirse para apaciguar su excitación; pero el "Socio" se las arrebató de los labios y las pronunció con esa entonación familiar y extraña, a la vez, que tiene la propia voz devuelta por el eco". (p. 326)
El socio es un espectro generado por la Doña, ella es reveladora de lo desconocido y generadora de espectros. Allí en ese poder que tiene el personaje, radica la posibilidad de hacerle un juicio como bruja, como en efecto lo hace su hija Marisela. La escenografía de la habitación donde Bárbara y el Socio se reúnen está llena de oscuridad y de iluminaciones dramáticas, decorados, extraños accesorios, fetiches y lámparas o velas que lanzan aterradores espectros de rasgos cambiantes, deformes en sus reflejos, que muestran una geometría catóptrica falseada por el mismo personaje. pareciera que fuese una novela de brujería, donde se condicionan las renovaciones y los excesos.
Si algo rodea a Doña Bárbara, son los simulacros, las apariencias, las sombras fugitivas y las mentiras; son los errores de los espejos; son los errores de la Doña. Ella sabe que sólo permanece como dominadora si pasa la corriente, y bajo el impacto de un posible rechazo, este personaje suaviza las diferencias y seduce, por eso los otros no pueden descifrar los horrores de esta existencia y hasta entonces, hasta que apareció Santos Luzardo, no había drama y todos hacían lo que podían. Ellos se emborrachan de ausencia y viven una pequeña muerte: mientras tanto el Socio negocia y aclara:
"Doña Bárbara levantó la mirada y advirtió que en el sitio que hasta ahora ocupara su sombra, proyectada en la pared por la luz tenebrosa de la lamparilla, estaba ahora la negra silueta de "El Socio". Como de costumbre, no pudo distinguirle el rostro, pero se lo sintió retraído por aquella mueca fea y triste de sonrisa frustrada.
Convencida de habérselas percibido como emanadas de aquel fantasma, volvió a formular, ahora interrogativamente, las mismas palabras que, de tranquilizadoras cuando ella las pensó, se habían trocado en cabalísticas al ser pronunciadas por aquél.
-¿Las cosas vuelven al lugar de donde salieron?." (p. 326)
Con Doña Bárbara los fluidos emanan de la mente y su pensamiento concentrado hace nacer figuras reflejadas en el aire como ocurre con el Socio. Así los terribles presagios, una imagen de la tierra, sueños y obsesiones nacen de una Doña Bárbara espejo, donde el mundo espiritual y físico se encuentran.
Las líneas actanciales de Doña Bárbara se resuelven duales. Simplificando bastante, hablaríamos de los buenos y de los malos, de los santos y de los malsanos. Permanece la oposición entre la recta y la espiral, entre la flecha que va de un punto conocido a otro que la absorbe. Una trayectoria donde las puntas se aguantan y se enfrentan.
La vecindad entre Santos Luzardo y Doña Bárbara difiere según se ejerzan mutuamente, pero no cae ni en el que comprende ni en el comprendido. Ambos saben que destruir significa abrir el oído; ambos saben que lo que permanece quieto apenas se distingue; ambos saben que si el agua (el curso del tiempo es como el curso del río) se aleja de ellos, han dejado de existir. Es imposible que lleguen a la concordia, es imposible que coincidan en una encrucijada, simplemente se oponen. Estos personajes recurren al discurso porque éstos valen por la vida, el que lo imponga, el que logre que el otro lo escuche, será el ganador. Doña Bárbara cínica, cultiva la ambigüedad y sus copartícipes ficcionales pueden admirarla o detractarlas, según exploren su fax negra o angelical.
Doña Bárbara es un personaje que genera antipatía o simpatía. Sin embargo, es bueno aclarar que los personajes se habitan de una intensidad de simulaciones que constituyen su propio fin. Ella tiene que sobrepasar el límite, las formas que adopte y las actitudes que asuma, obedecen el acoso, porque alrededor de ellas giran tormentas. Las trampas del deseo se tejen y destejen a voluntad, como las trampas especulares que ella monta. Ella mira a los otros personajes, mirándose. Narcisista y fascinadora lleva la máscara de la acusación.
Cuando Doña Bárbara se sacrifica, cede su poderío, ese sacrificio enjuga todas las cuentas pendientes y entonces los personajes se colectivizan y ganan en conjunto lo que pierden por separado. El sacrificio es el medio para poder restablecer los equilibrios turbados y a través de la expiación se redimen. Después de todo, el chivo expiatorio es una necesidad social. Este acto inicial y final que ejecuta Doña Bárbara verifica las jerarquías, pone a cada cual en su lugar y restaura el orden social.
Evidentemente que es a través del sacrificio como todos los personajes mantienen su existencia. Doña Bárbara llega al punto más escabroso de su itinerario ficcional, porque tiene que escoger. Cuando orienta sus dudas, no evade las malezas que la envuelven o la hieren, y no debe sorprender al lector que en este gesto de la matrona, Santos Luzardo sea una de las fronteras más difíciles de cruzar. La praxis de este personaje es abrir pistas a través de las oscuras frondosidades de las pasiones y de las costumbres llaneras. Entonces se acaban las certidumbres:
"La noticia corre de boca en boca: ha desaparecido la Cacica del Arauca.
Se supone que se haya arrojado al Tremedal porque hacia allá la vieron dirigirse, con la sombra de una trágica resolución en el rostro; pero también se habla de un bongo que bajaba por el Arauca y en el cual alguien creyó ver una mujer.
Lo cierto es que había desaparecido, dejando sus últimas voluntades en una carta para el Doctor Luzardo, y la carta decía:
" No tengo más heredera sino a mi hija Marisela, y así la reconozco por ésta ante Dios y los hombres. Encárguense usted de arregrarle todos los asuntos de la herencia" (p. 451)
En la novela de Rómulo Gallegos, las sombras nunca se diluyen porque nunca hubo campo de victoria. La comprensión y la significación del mensaje de esta pieza narrativa y su destino final se facilita por la redundancia de los temas. El carácter reiterado del enfrentamiento bilateral (Civilización/Barbarie) le concede la estructuración definitiva a la obra.
Al privar de la luz a Doña Bárbara, el autor intenta cubrir el caos, muestra las dos caras: lo bello y lo feo, la luz y la oscuridad. Por eso la relación mítica, que en cuanto tal se sale de la esfera del tiempo, convierte a Doña Bárbara en una figura binaria, formada por la oposición belleza/fealdad. Un juego demasiado trágico porque la doble posición: ama de tierras, sirviente de pasiones, dos caras de una misma cosa, engendra una fuerza destructora que se resuelve en la mutua anulación. Paradójicamente, esta dicotomía es conciliatoria porque un sutil cordón umbilical se encarga de explicar que el esclavo triunfa donde el amo fracasa o, en otras palabras, las pasiones de doña Bárbara triunfan cuando fracasa su poder. En este orden de ideas, Marta Gallo (1980) refiere que Doña Bárbara es la imagen de un ser dual con una doble proyección: Hacia la Barbarie que fascina y que se teme, y hacia el anhelo de ser el otro (uno de los otros dos de esa dualidad). Esa proyección especular bifróntica aqueja a Marisela, como lo habíamos acotado en líneas anteriores.
Doña Bárbara es capaz de generar un impresionante dominio espectral que contribuye a que se conforme un ambiente teatral de pesadillas, misterio y muerte. Ella se desplaza por el itinerario narrativo acechando y en todo caso, deviene símbolo de decadencia. Ella genera, por otra parte, un movimiento centrípeto de despojo y sustituciones que conducen a la anulación. Santos Luzardo roba una cuota de poder que es acumulativa y obtiene el reverso del poder, la fórmula para eliminar a la doña. Santos Luzardo devora a Doña Bárbara: Si yo me hubiera encontrado en mi camino con hombres como usted, otra sería mi historia (Gallegos:1964, 251)
Después de esto, los poderes se han repartido. Doña Bárbara comienza su vida, o la termina, fuera del poder, es la esfera profana de la economía utilitaria. Es inútil encerrar este poder, y así lo comprende Santos Luzardo, en un mundo sagrado, cerrado sobre si mismo, y despegado de lo cotidiano, que consumiría sin reproducir.
Justo es reconocer que Doña Bárbara desde su origen sabe que es imprescindible una inteligencia de sobrevivir más que de vivir. Doña Bárbara no muere porque puede transformar las sorpresas exteriores en acontecimientos interiores; sin embargo, Santos Luzardo no estima conveniente algún cambio de opinión. Las cronologías de ambos personajes se cruzan, se invaden y se destruyen. Si todo cambia, si nada se conserva, debe buscarse cómo conservar la vida o la conciencia. El problema que se plantea en la novela es una dicotomía en la que, por un lado se insiste en preservar a cualquier precio costumbres y hábitos, por definición mudables, y por el otro, es el intento de petrificar una forma de vida y de administración.
El sistema de gobierno impuesto por Doña Bárbara sigue siendo el mismo, aunque establezca con sus gentes relaciones populares. El cambio que impone Santos Luzardo es viable, aunque peligroso. La sustitución de Santos Luzardo por Doña Bárbara es, si la nombramos de otra manera, la regla de la sucesion entre personajes y poderes, Luzardo se viste de gran estreno, con nuevos proyectos, nuevos amigos, nuevos enemigos, nuevas costumbres, nueva forma de vivir. Es la complacencia de cambiar y remover las cosas para que se hable de él, como antes se habló de Doña Bárbara. En todo caso, para gobernar las cosas dispersas de la vida, se requiere de una soberanía invisible, menos en el acto de dirigir que de salvar. Y ambos personajes saben que hay mucha diferencia entre el consejo y el mundo, es verdad que dos ojos ven más que uno, pero para mandar, uno siempre lo hará mejor que varios.
Doña Bárbara sufre la doble tentación de sacrificarse al furor de la guerra o al miedo de enfrentarse con Santos Luzardo, porque hay rasgos de amor, es como si las pruebas de fuerza tuvieran que arrollarlo todo, a partir del momento en que fuerzan la puerta de sus tranquilizantes. Así, pasión y cinismo confluyen en la doña...
"Por su parte, al mirarlo a los ojos, a ella también se le borró, de pronto, la sonrisa alevosa que traía en el rostro, y sintió una vez más, pero ahora con la fuerza de las intuiciones propias de los espíritus fatalistas, que desde aquel momento su vida tomaba un rumbo imprevisto. Se le olvidaron las actitudes zalameras que llevaba estudiadas; se le atropellaron y dispersaron por el tenebroso corazón los propósitos inspirados en la pasión fundamental de su vida - el odio al varón -, pero sólo se dio cuenta de que sus sentimientos habituales la abandonaban de pronto. " (pp. 229-230)
Por más precauciones que se tomen, los personajes corren el peligro de sucumbir, y Doña Bárbara pisa la línea divisoria, cae frente a una ilusión tenaz en su tiempo y en el espacio, por eso, el alejamiento lleva a borrar las diferencias y la proximidad las exagera. Por esa razón, ella se retira prudentemente, el error de óptica afirma, con excesiva rapidez, la unidad del personaje y se adhiere con bastante preocupación al rechazo de identidad. La Doña, que se parece a nadie, sigue siendo, con la ayuda de su historia, el retrato de sí mismo. El cinismo que la envuelve revela su entorno que, es una sociedad de historietas, de escenificaciones rápidas, de agudezas, de violencias, de comportamientos inesperados, y el lector, el espectador descubre el modelo; es decir, desarrolla la empatía sólo si desea modelarse con Doña Bárbara, después de todo no la buscaríamos si ya no la hubiéramos encontrado. Cualquier censura contra ésta es inútil, y agitarse frente a ella no es más que interrogarse y decidir de qué parte estamos. (A. Gluksmann:1982,45)
Doña Bárbara y Santos Luzardo, cada uno por su lado, se complica la vida porque cada uno se descubre solo en el mundo, pero frente al otro. Se limitan a mostrarse lo que cada uno hace, y mediante un conjunto de negociaciones, reducen el territorio del otro, el cuchillo (como representante del poder) que finalmente Santos Luzardo empuña, Doña Bárbara ya lo ha manejado sin cesar. Esta metáfora del poder sólo revela que Santos Luzardo apenas lo estrena, mientras Doña Bárbara lo entrega. Santos Luzardo no es aquél que la definición inicial de Doña Bárbara imagina, él es la diferencia que se auto - define. Estos personajes se martirizan mutuamente. Una pareja perversa que se enfrenta en más de una ocasión: “Pero las últimas palabras de Santos hicieron desaparecer de su rostro la expresión de complacencia y aquél volvió a convertirse para ella en el enemigo de la guerra jurada”. (Gallegos:1964,200)
La relación de Santos Luzardo con Marisela es una relación pigmaliónica (y para esto tomamos en cuenta la referencia del legendario escultor que solicitó de los dioses la vida para su creación). El vocero de las ideas positivista se toma su tiempo y comienza a modificar el comportamiento de la virgen. ¿Quién manipula a quién?. ¿No es el primero en liberar, él, el definidor, quien desata las ataduras de la muchacha? O ella, la definida, ¿qué sería de su nueva libertad si en ese primer encuentro en el que el pensador - pigmalión apuesta a favor de una escultura brusca y maltratada, con aristas sin pulir que modelará a su conveniencia y no captaría potenciales futuros? No hay nada que él ignore, no deja ninguna diferencia de lado, de hecho, acaba con toda la semejanza que pueda tener Marisela con Doña Bárbara: “Las manos le lavaron el rostro y las palabras le despertaron el alma dormida, advierte que las cosas han cambiado de repente, que ella misma es otra persona”.(p.156)
Una vez iniciado el camino de la instrucción de Marisela, Santos Luzardo toma la palabra, y el pensamiento triunfa en el silencio que les sucede a ambos. Luzardo premedita a Marisela y ésta lo corona. A estos dos personajes hay que hacerles funcionar juntos, bajo pena de que no se entiendan inicialmente. Es el intelectual delicado unido al duro inculto. Este teatro o escena exhibe un transformador de civilización:
"Así pues, mientras él la iba desbastando de su condición silvestre. Marisela le servía de defensa contra la adaptación a la rustiquez del medio, fuerza incontrastable con que la vida simple y bravía del desierto le imprime su sello a quien se abandona a ella " (pp.210-211)
Al final del proceso iniciático,la proposición de definir fascina y entonces Marisela es capaz de hacerlo. La pareja se cierra y sus miembros, ya no piensan en convertirse porque aún no han agotado las posibilidades, cada uno verifica en el otro la imagen deseada:
"Era la luz que él mismo había encendido en el alma de Marisela, la claridad de la intuición en la inteligencia desvastada por él, la centella de la bondad iluminando el juicio para llevar la palabra tranquilizadora al ánimo atormentado, la obra (...), su obra (...) que le devolvía el bien recibido, restituyéndolo a la estimulación de sí mismo (...) viniendo de Marisela la tranquilizadora persuasión de aquellas palabras había brotado de la confianza que ella tenía en él y esta confianza era algo suyo, lo mejor de sí mismo, puesto en otro corazón. ceptó el don de paz, y dio en cambio una palabra de amor. Y aquella noche también para Marisela bajó la luz al fondo de la caverna." (pp.426-427)
Entre Doña Bárbara y Marisela se genera una relación impalpable que nadie puede desatar, salvo alguna de ellas dos. Así, lenguaje, elementos y actitudes coinciden para tejer una fina red de complejas significaciones. Constantemente el texto emite señales e indicios demasiado obvios que el lector atrapa con facilidad. La solución de cada aventura es predecible y un fracaso se acumula a otro fracaso. Después de todo, Doña Bárbara es lo que es mientras le dura el disfraz.
El encuentro entre Doña Bárbara y Marisela se explica por un complicado juego de miradas y por una implacable necesidad de gestos afectivos. Muchas veces, la mirada de Marisela se desvía frente al espejo equivocado que representa a su madre: desesperada, trata de ver el rostro de la otra y no su máscara, pues ella trata de encontrar la imagen que necesita de sí misma.
Así se van abriendo y cerrando puertas que muestran la pasión de la identidad del otro en la vacilante libertad de ella misma. Se trata de rescatar la imagen que necesita del infierno donde está. El otro no se puede apartar.
Marisela requiere dos referencias: el de la madre y el de Santos. Se ve sometida a la imperiosa necesidad de sentirlos y de verse vivir en ellos. Lo uno y lo otro, son las máscaras distintas de un único ser dividido. En medio de la orgía espectral que se desata entre Marisela y su madre, las pasiones se desencadenan y sobreviene la destrucción. El mismo hecho de que exista esta problemática vinculada estrechamente con la orgía, con el caos, significa la imposibilidad de la duración:
"Primero en la inconsciencia de la cerrilidad, negrura del alma sepultada, y luego en el deslumbramiento de la nueva forma de la existencia y de la posesión de aquel amor, que bien podía ser la pasión sin nombre, pues se apoyaba en un punto de equilibrio entre la realidad y el sueño, nunca se había detenido a reflexionar en lo que significa ser la hija de La Dañera (...). En cambio, ahora ha adquirido uno atroz y cada momento se le viene a la boca. Lo acompaña un gesto instintivo de repulsión. Es el alma incontaminada – pero que ya no es como la naturaleza que no sabe ni de bien ni de mal - que rechaza violentamente todo lo que hay de monstruoso en ser hija de la embrujadora de hombres..." (pp.339-340)
En medio de ambas mujeres, Santos Luzardo. La relación entre ambas está simbolizada en la unidad y en la desunidad. Ambas tejen y destejen la vida de los hombres que la rodean. Indudablemente que el poder del mito se encarga en el mundo femenino para levantarse con su fuerza divino-satánica y precipitar el caos. Para la mujerona, es fundamental guardar el símbolo del poder y este proceso está inserto en el orden simbólico. Para Marisela, la imagen especular es requisito imprescindible para poder existir. Como personaje, su cuerpo deberá ser hablado para llegar a ser hablante. Ella es el eco que recibe del otro, de Luzardo, su nombre. A ella le otorgan el significante, lo que ella deberá llegar a ser.
Si bien ella estaba, como personaje, en su etapa de abandono, aún no es un pilar fundamental dentro de las líneas actanciales que se desatarán dentro de la novela. Esto nos conduce a una encrucijada: sin diferenciación no hay objeto deseante. La pérdida, la carencia del deseo es requisito imprescindible para que Marisela y el otro coincidan, para que se establezca la dialéctica del uno y del otro. Marisela y Doña Bárbara pretenden, del otro sexo, (Santos Luzardo) el reconocimiento y la inalcanzable plenitud, porque ellas esperan del otro y especialmente Doña Bárbara, lo que él no tiene ni puede dar.
Marisela se desamarra lenta y dolorosamente del cuerpo de su madre, metáfora de las relaciones telúricas de un pasado que la atormenta. Su encuentro con Luzardo la hace volverse sueño, su huella se ha quedado y su cuerpo se ha perdido para siempre porque la virgen cede paso a la matrona. Irá la vida entera detrás de ella buscando otra otra mano que reabra la memoria de una sed insaciable. De nuevo Pigmalión. Marisela llora, un desgarramiento sin sutura la ingresa en el espacio de la soledad.
"Ya no era la muchacha despreocupada y ávida de felicidad que en Altamira había podido vivir con la risa en el rostro y una copla en los labios a toda hora, indiferente ante el espectáculo de aquella repugnante y dolorosa miseria física y moral, ajena a las tormentas de aquel espíritu, porque ante el suyo se abría un mundo luminoso, poblado de formas risueñas, resplandeciente hasta deslumbrarla. Este mundo, que era su propio corazón iluminado, fue Santos quien se lo mostró sólo él lo llenaba.(...) pero, en el fondo de esta gruta resplandeciente que era su corazón dichoso, se había quedado en tinieblas un pequeño rincón; la fuente de la ternura, y se había quedado en tinieblas porque sólo el dolor podía revelárselo." (p. 385)
Santos Luzardo la busca para que no la arrastre el desamparo y camina con ella para entender el modo en que sueña. Ella se pregunta ¿Quién va a venir a mí?. Y comienza a caminar al lado de Santos Luzardo para entender sus sueños, para saber de dónde viene y desde cuál encrucijada de pasiones parte su cuerpo, necesita un nombre para poder llamarse, necesita una palabra que haga posible su pregunta, y cuando Santos llega a ella, su mirada la lleva hasta el enigma:
"Pero bastó un breve instante para que los ojos de Santos apresaran la revelación de belleza. -¡Qué bonita eres, criatura!- exclamo y luego se quedó contemplándola con una forma de compasión diferente, mientras ella, ya no arisca, sino remilgada, humanizada por el primer destello de emoción, de sí misma que aquella exclamación la había producido decíale con una voz dulce y suplicante: váyase, pues ." (pp.153-154)
Esta situación en la que coinciden los tres personajes, piezas estratégicas del triángulo narrativo, configura una escenografía de la espera; se trata de estar sujetos a cambios, a devenir otro o a sentir el peligro simplemente, lo cual, ya basta. En la novela de Gallegos, los personajes y principalmente Doña Bárbara, elige lo que serán y, si esto ocurre en cada hora narrativa, hay instantes narrativos en que se realizan ese algo que va a determinar la vida entera, una elección que va a quedar incorporada al destino. Tales elecciones que son decisiones o momentos de pura voluntad, crean una soledad, si no es que se dan en ella.
"Desatada la codicia dentro del tempestuoso corazón, se propuso ser dueña de todo el cajón del Arauca, y asesorada por las extraordinarias habilidades de litigantes de Apolinar, comenzó a meterles pleitos a los vecinos, obteniendo de la venalidad de los jueces lo que la justicia no pudiera reconocerle, y cuando ya no tenía nada que aprender del nuevo amante y todo el dinero de éste había sido empleado en el fomento de la finca, recuperó su fiera independencia haciendo desaparecer, de una, manera misteriosa, a aquel hombre que podía jactarse de llamarla suya." (pp. 68-69)
Cada personaje va conformando su mundo a través de conversaciones y gestos; sin embargo, la prosa de Gallegos no es vertiginosa y no convierte a la escritura en un medio adecuado para mostrar todo. Es, en todo caso, el enfrentamiento entre lo incomprendido y lo incomprensible. Es la novela cruzada por largos túneles, al fondo de los cuales los personajes se muestran tal cual son. Cada uno quiere aprehender la imagen del otro, quiere verla, quiere ejercer la "autoritas" (capacidad del personaje de generar autoridad). Ver es una actividad con la que el hombre se sentirá más a salvo de la vida y su contradicción lleva consigo la tragedia. En esto orden de ideas, Doña Bárbara contradice sus miradas, se tropieza con la de Marisela y se retira, abriéndose a una tragedia personal:
"Se quedó contemplado, largo rato, a la hija feliz, y aquella ansia de formas nuevas de tanto le había atormentado, tomó cuerpo en una emoción maternal, desconocida para su corazón.
- Es tuyo. Que te haga feliz.
¡Por fin el amor de Asdrúbal, pura sombra errante a través del alma tenebrosa, se reposaba en un sentimiento noble!."(pp. 447)
La desaparición de Doña Bárbara aparece como la posibilidad de cambio, de metamorfosis y la confusión sobreviene en el lector, porque vida y muerte, pasado y presente, la parte y el todo comienza a yuxtaponerse. Esos son los indicios certeros del resquebrajamiento...
"La noticia corre de boca en boca: ha desaparecido la cacica del Arauca. Se supone que se haya arrojado al tremedal porque hacia allá la vieron dirigirse, con la sombra de una trágica resolución en el rostro; pero también se habla de un bongo que bajaba por el Arauca y en el cual alguien creyó ver a una mujer." (p. 451)
La relación de Doña Bárbara - Marisela revela el principio previo antes de la destrucción. Marisela es una víctima de sustitución y en este caso, lo tachado habla desde la tachadura. Inicialmente, la madre anula a Marisela (la hija); años después, ésta emerge, poderosa, para anular a aquélla. Una vez investida de poderes especiales heredados, Marisela emprende su lucha controla más fuerte, la bruja milenaria y maldita. El poder mágico de la figura femenina separa y une frentes, une opuestos y reviste las cosas y las situaciones de una apariencia de ley suprema:
"Nada que se refiera a Marisela le había interesado nunca a Doña Bárbara, pues respecto a ella ni siquiera había experimentado el amoroso instinto de la bestia madre por el hijo mamantón. Pero de donde no existían sentimientos maternales, las palabras de Juan Primito hicieron saltar, de pronto, impetuosos celos de mujer." (p. 226)
La relación de Marisela con su padre, Lorenzo Barquero, es mucho más complicada. El padre es una sombra que se desplaza solitaria y no se moja. A Marisela le gustan las palabras, le interesa que su padre la coloque en un sitio para que él la quiera, las pocas que él dice, las muchas que ella repite, pero Barquero no logra aprehender ese dibujo frágil que sale de su boca. El quedó enredado en los hilos de Doña Bárbara, y Marisela ignora desde que oficio lo tiene la Doña enamorado.
"Tampoco Lorenzo se ocupó de la niña, súcubo de la mujer insaciable y víctima del brebaje afrodisíaco que le hacía ingerir, mezclándolo con las comidas y bebidas, y no fue necesario que transcurriera mucho tiempo para que de la gallarda juventud de aquel que parecía destinado a un porvenir brillante sólo quedara un organismo devorado por los vicios más ruines, una voluntad abolida, un espíritu en regresión bestial.". (p.66)
En el oscuro sabor de los miedos, la niña sabe que la jugada está trancada entre el padre y la madre. Se sabe sumergida en un laberinto de ausencias. La suerte está jugada entre la nostalgia y el anhelo, en la primera porque su fantasía le dice que alguna vez algo fue suyo, y en el anhelo porque sabe que las voces y las palabras están fuera del alcance posible de sus manos.
Antes del encuentro con Santos Luzardo, ella es una escultura muda. Y este personaje le abre las ventanas de la palabra. Todo este episodio posibilita la reconstrucción y el renacimiento permanente del símbolo. Para ella (Marisela), la voz de Santos Luzardo es la música más poderosa y más bella; es la que nombra, la que enuncia la ley, la que sostiene el reclamo:
"Marisela abandonaba el rostro al frescor del agua, apretados los labios, cerrados los ojos, estremecida la carne virginal bajo el contacto de las manos varoniles (...) Ella abrió los ojos y mirándolo, mirándolo se le fueron cuajando de lágrimas.
-Bien- díjole Santos - Ahora te regresas a tu casa. Yo te acompañaré, porque no es prudente que andes sola por estos lugares a estas horas.
- No. Yo me iré sola -respondió ella -. Váyase usted primero.
Y era otra voz aquélla con que ahora hablaba.
Las manos le lavaron el rostro y las palabras le despertaron el alma dormida.
Advierte que las cosas han cambiado de repente. Que ella misma es otra persona."(pp. 155-156)
La relación entre Marisela y Santos Luzardo reinventará nuevos espacio. Se hará plural, abierta a las transformaciones que le esperan. Y a veces las líneas de las pasiones serán quebradas, brumosas. Marisela y Luzardo son significantes que no significan nada en sí mismo, significan en relación a una cultura que les atribuye ciertos contenidos conceptuales. Significante y significado enlazan sus cuerpos en una coreografía diseñada por el inconsciente y por las palabras. Marisela, hasta entonces, era prisionera de las palabras creyendo que éstas eran la cosa y no la representación posible, hasta entonces ella mantuvo su discurso confortablemente instalado en un campo determinado y Luzardo le plantea el problema de la libertad cuando le cuestiona el pero que el poder imprime al lenguaje. Entre el amor y el que lo genera se abre un espacio para el reclamo, un reclamo hacia ella misma donde cuestiona el discurso sometidor ... ¿Pero por qué razón todas las cosas deben tener un nombre?. Y en la complicada simplicidad de su espíritu así quedó resuelta la dificultad. (pp. 294-295)
Marisela vs Doña Bárbara desentrañan las astucias y paradojas del poder. Un análisis de ambos personajes muestran los contrastes que pautan una oposición clave en las relaciones filiales: la dialéctica del dominio y del sometimiento que habíamos expuesto previamente. Desde este punto de vista, el poder encuentra su condición de posibilidad en la estructura individual, social y cultural de las partes involucradas. Cuando Marisela ingresa en el orden de la cultura lo hace por el orden de la emancipación y en ese momento no importa las asociaciones ni los lazos sanguíneos y las sustituye por la alianza sociológica con Santos Luzardo.
El deseo de Marisela se humaniza cuando se vuelve demanda de la conciencia, cuando ella desea a Santos Luzardo tiene conciencia de una carencia. Marisela tiene tres momentos claves que se articulan de la siguiente manera: al principio, su conciencia le otorga preeminencia a su propio ser deseante, después advierte que está condicionada al objeto propio de su deseo y que su verdad no es su objetividad, sino la otro. Lo esencial del deseo es ahora lo otro: Santos Luzardo y las posibilidades que le ofrece; pero al final eso también se revela evanescente y el último paso es el sufrimiento, porque Marisela sufre cuando compara. La búsqueda de sí misma, su intención de reflejarse en lo otro la va a conducir a la alteridad. En otras palabras, la verdadera certeza que ella en un momento determinado, sentirá de que es un ser humano, sólo se alcanza en el reconocimiento de otra conciencia y no en la apropiación de otro ser viviente. En resumen, ella logra concluir que la conciencia de la vida debe elevarse por encima de la vida:
"Por primera vez, Marisela no se duerme al tenderse sobre la estera. Extraña el inmundo camastro de ásperas hojas, cual si se hubiese acostado en él un cuerpo nuevo, no acostumbrado a las incomodidades; se resiente del contacto de aquellos pringosos harapos que no se quitaba ni para dormir, como si fuese ahora cuando empezara a llevarlos encima; sus sentidos todos repudian las habituales sensaciones que, de pronto, se le han vuelto intolerables, como si acabase de nacer de una sensación más fina.
Además, la desvela el alma de mujer que acaba de despertarse, complicándole la vida, que era simple como la del viento, que no sabe sino corretear por la sabana. Sentimientos confusos empiezan a moverse dentro de su corazón: hay una alegría que tiene mucho de sufrimiento, una esperanza estremecida de temores, una necesidad de sacudir la cabeza para ahuyentar una idea, y un quedarse inmóvil, enseguida, para que la idea vuelva. Hay muchas cosas más que ella no alcanza a discernir" (pp. 157-158)
La conciencia de Marisela lucha por arrancar el reconocimiento, el deseo del otro y en ese debate un personaje se impone ( o una faceta de ese personaje) y la otra se somete. La desigualdad inicial de Doña Bárbara y de Marisela es, evidentemente, asimétrica, pero es también, el motor de su desarrollo (el de la hija) y señala su orientación definitiva. La relación de poder entre ambas es un desarrollo de la conciencia de sí.
Doña Bárbara es una figura cultural doblemente frustrada ya que, primero arriesga todo para ser conocida, para ejercer poder sobre sometidos, y después termina dependiendo de éstos que sustituye poco a poco su contacto con la realidad. En cambio, será Marisela la que construya su propia interioridad. La progresiva inserción de Marisela en el orden cultural se cumple por sometimiento a una ley exterior (“vox" de Santos Luzardo) que la emancipa de su inmediatez y le da forma para sí y para los demás.
Con este proceso se produce en la novela de Gallegos lo que podríamos calificar como la fuerza de los débiles, Marisela, a quien se le prohibe tácitamente la verdadera satisfacción de la acción, encuentra una vía de escape que consiste en actuar por reacción. Puede o no llegar a la negociación combatida y opone a Doña Bárbara (dominadora)un no interior, inicialmente inconfesado, que por tanto se expresa en formas indirectas por medios trastocados o en enfrentamiento abiertos y es, en ese momento, cuando afirma su dominio. Muchas veces Marisela no puede dominar, por lo que se afirma bajo formas aberrantes convirtiendo, trastocando, desplazando o metaforizando. Es exactamente el mismo proceso de Doña Bárbara cuando baja el revólver, es decir, cuando comienza a perder poder.
Hay dos concepciones que se complementan en Marisela, ambas, por supuesto, conflictivas: una es la demanda de placer y otra es la demanda de reconocimiento. Los pasos de la auto - afirmación definitiva de la joven anuncian otro mundo en el que Marisela va a experimentar con los espejismos más recónditos.
"Pero, ¿quién ha dicho que sea necesario que él se me declare? ¿No puedo seguir queriéndolo por mi cuenta? ¿Y por qué ha de llamarse amor al cariño que le tengo? ¿Cariño?. No, Marisela. Cariño se le puede tener a todo el mundo y a muchas personas a la vez. ¿adoración?... Pero ¿por qué razón todas las cosas deben de tener un nombre?". (p. 254)
El discurso de Santos Luzardo (obviamente cultural) es el freno exterior para ella, pero también una voz interior que acalla la suya entorpeciendo el diálogo con ella misma. Y dos sentimientos extremos se cruzan: la del amor dependiente y la del yo dependiente, pero lo que trata es de convertirse en un sujeto auténticamente libre para saber reclamar el deseo del otro. En este sentido liberarse, para Marisela, significa crecer y el crecimiento requiere de la comprensión.
El fantasma de Doña Bárbara se constituye en el fantasma propio de la mujer, fantasma que incluye a otra en el escenario, en este caso su hija y rival. Evidentemente, la guerra se desata y Doña Bárbara tiene todas las de perder. Ella, singular, incomparable, única, debe ceder terreno a la hija. Marisela se inscribe en un universo que le reenvía una imagen devaluada de su género, es decir su madre. Ella se siente devaluada y tiene trastornos su sistema narcisista. Por lo tanto, Marisela, sin otra opción posible, se refugia en los brazos del padre, quien también la rechaza. Ella va a recibir a través de los fantasmas maternos y paternos su destino posible como mujer, como personaje. Para poder seducir a Santos Luzardo, sin ella saberlo, adoptará las máscaras de la feminidad, cada vez que se sienta humillada, apelará a un arma en su lucha narcisista: el control de su deseo; para poder invertir los términos, ella será la dominadora y se permite "rechazar" a Luzardo:
"Por momentos la disculpa se le encabritaba, se le revolvían las sangres como decía ella, y se negaba a recibir las lecciones o respondía a sus advertencias con aquel brusco:
-"Déjeme ir para mi monte otra vez".
Pero eran arrebatos pasajeros, manifestaciones de carácter que provenían de los mismos sentimientos que Santos estaba despertando en su espíritu."(p. 211)
Todavía la palabra de Marisela, antes de ser simplemente un timbre de voz diferente, tendrá un largo periodo durante el cual continuará siendo una queja desesperada. Marisela, como su madre, no ignoran que el secreto de su fuerza actancial radica en que lo femenino siempre ha estado en otra parte...
DOÑA BÁRBARA, LA SOMBRA
En las reflexiones iniciales de este trabajo, nos referíamos a un personaje clave de la producción narrativa de Rómulo Gallegos, es decir, Doña Bárbara. La novela es un tejido cuya urdimbre la constituyen los hilos sintagmáticos y paradigmáticos, cuyos puntos de unión constituyen el estilo del autor. El relato invadido por una diversidad de transeúntes se encarga de mostrar un gran fresco narrativo, y en cualquier caso, el principal problema concerniente a los personajes es el de la verosimilitud, es decir, su capacidad de credibilidad ante el lector, tanto por su figura como por su comportamiento.
La psicología de un personaje como Doña Bárbara es algo complicada para poderla reflejar en la novela, y Rómulo Gallegos ofrece una serie de recursos que reafirman la categoría ficcional de ella, a la vez que la articula como significante de una condición humana. Sin embargo, es bueno tener en cuenta que hay variantes que definen el proceso de ficcionalización, es decir, al salto cualitativo que opera la transposición desde la noción de persona a la construcción del personaje. Por lo tanto, hay tres categorías que conforman una tipología para tratar de definir una construcción de personaje. De la primera de ella ya hemos hablado, es decir, del Narcisimo. Nos queda por esbozar la arbitrariedad y la ambigüedad.
Con respecto a la arbitrariedad, debemos decir que la novela de Rómulo Gallegos se precia de construir personajes que responden a una noción de persona, que son "verosímiles", de acuerdo a ciertas normas de la "realidad", cuyo valor de representación genera la ilusión referencial. La arbitrariedad es determinante para poder articular los personajes con los otros elementos del discurso. Ella va a generar la autonomía del universo ficticio. Como centro del espacio y del tiempo textual, los personajes marcarán, desde su arbitrariedad, la arbitrariedad del funcionamiento de los otros elementos de su interrelación: tiempos históricos, voces narrativas, y otras aberraciones barrocas ausentes por razones obvias de las obras de Gallegos.
Doña Bárbara tiene rasgos físicos muy bien definidos, posee antecedentes y un futuro definido. Ella se explica por caracteres psicológicos causales, está impedida para atravesar, como otros personajes contemporáneos, de la muerte a la vida y viceversa. Ella tiene restricciones en las fronteras de la realidad y la fantasía; está definida por su discurso que se adecúa al referente. No puede romper, por otra parte, la condición de predictibilidad. Por eso, se abren las posibilidades para ella de las clasificaciones y de las tipologías.
Este personaje tipo de la novela realista galleguiana es conductor de la anécdota. Creemos que hubo habilidad en Gallegos en la selección y exposición de una personalidad que responde a las expectativas de una realidad y arcanos arquetipales que se mantienen vigentes a través de los tiempos. Es Doña Bárbara un auténtico personaje. Ella responde a una cierta visión de mundo que hace del personaje novelesco la transposición de la noción de persona, dentro de una productividad que concibe los mundos ficticios como la recreación de una realidad aprehensible para el hombre.
Los mundos ficticios y sus personajes son constructores sobre la realidad. Todos los intentos de hacer de esas construcciones reproducciones, son e4jercicios de la palabra en su capacidad de mentir, pero nunca llevadas a losd extremos, los personajes son imágenes de personas y Gallegos tiene presente las constelaciones arquetipales y el hecho de que esos personajes se anclen en una referencia de lo humano.
Respecto a la segunda categoría, es bueno señalar que los personajes parten de una urdimbre arbitraria y ello representa la profunda aceptación de su cualidad ficticia. Cuando coincide la arbitrariedad con el narcisismo, las dos categorías anteriores mencionadas, frente a los ojos del lector se produce un efecto de ambigüedad, pero en la novela de Rómulo Gallegos este efecto se diluye y cede paso a la aprehensión. El lector no tiene que incorporarse como constructor del texto porque en este caso se generan movimientos de identificación y rechazo que constituyen la respuesta primaria del receptor. Por otra parte, la novela no exige la participación activa del lector porque no se ofrece el texto como un reto ni se resuelve en problemas metaficcionales. Por lo tanto, el lector no forma parte de la estrategia interna del relato, ni está en la obligación de desentrañar un espacio lleno de sombras.
El lenguaje no teje trampas, Doña Bárbara se define por sus recuerdos, por sus acciones, y sus actitudes son completamente predecibles. Ella devora personajes, ella amasa y domina, pero no se abre a la ficción. No hay en ella una deformación coherente, no hay trasgresiones, no se deforman los patrones realistas en los cuales se inserta el texto y el material con el que se nutre.
"Tal era la famosa Doña Bárbara; lujuria y superstición, codicia y crueldad, y allá en el fondo del alma sombría una pequeña cosa pura y dolorosa: el recuerdo de Asdrúbal, el amor frustrado que pudo hacerla buena. Pero aún esto mismo adquiría caracteres de un culto bárbaro que exigiera sacrificios humanos: el recuerdo de Asdrúbal la asaltaba siempre que se tropezaba en su camino con un hombre en quien valiera la pena hacer presa." (p. 72)
El texto se cierra sobre sí mismo, pero no se impulsa afuera, hacia el lector, por lo tanto, el foco de atención no se va a trasladas a la mímesis del proceso sino a la mímesis del producto. Teniendo, entonces, un campo en el que la configuración de los personajes no se sustenta sobre el polo de la arbitrariedad, es evidente que el acto comunicativo destierra la reflexión metaficcional, la participación activa del lector y otros tópicos imprescindibles para la literatura contemporánea o, por lo menos, la más reciente literatura latinoamericana. Por ello, el lector sabe que está frente a "una puesta en escena" (escenografía completa donde el espectador no se somete a las exigencias de la pieza, sólo digiere el producto sin mayores complicaciones ni problemas digestivos) y no frente a "una puesta en abismo" (pieza que el lector tiene la obligación de construir, de armar, donde el producto no es definitivo, sino que está por hacerse).
El tratamiento de los personajes se basa con frecuencia, como hemos dicho, en el parecido con un humano. El lector descubre la entidad y carácter de Doña Bárbara, siguiendo una paulatina y medida incorporación de rasgos caracterizadores del ente ficticio al texto. El lector construye o reconstruye una biografía, recoge datos que conforman al personaje basándose en los indicios textuales; por lo tanto, él habla del personaje, las interrelaciones que él establezca con su mundo devienen imprescindibles para caracterizarlo. Nombra al personaje, es decir, el hecho de que Doña Bárbara se llame como tal, añade a la caracterización de esta figura novelesca un punto importante. El nombre conduce a una figura concreta y en este caso posee con frecuencia un valor connotativo que lo convierte en auténtico recurso estilístico, además de que es un recurso expresivo. El nombre del personaje trasmite la información necesaria, que generalizando llamaríamos datos biográficos, y ello exime al lector de lucubrar al respecto, simplemente oír Doña Bárbara desata una constelación de atributos que el lector capta inmediatamente, porque ese nombre especifica además una características de este controversial personaje...
" ¡De más allá del Cunaviche, de más allá del Cinaruco, de más allá del Meta!. De más lejos que más nunca - decían los llaneros del Arauco, para quienes, sin embargo todo está siempre" ahí mísmito, detrás de aquella mata"- De allá vino la trágica guaricha. Fruto engendrado por la violencia del blanco aventurero en la sombría sensualidad de la india, su origen se perdía en el dramático misterio de las tierras vírgenes." (p. 56)
En este caso, la voz del personaje pocas veces se impone a la de un narrador omnisciente, que ahoga la voz de los personajes. El autor no arbitra los diálogos, pocas veces se reproduce directamente el habla de los personajes sin mediación del narrador, el diálogo que permitiría distanciarse de los personajes, para que ellos hablen en lugar de ser hablados, no tiene una feliz resolución en esta novela. El creador no libera el discurso de sus criaturas salvo el de la matrona (Doña Bárbara), quien por si misma característica constructiva, se le escapa. El narrador no suelta las trabas del control autoral. Si es cierto que canaliza las voces buscándoles en la escritura una vía expresiva, adecuada, pero ésta nunca está exenta de interferencias.
En todo caso, Doña Bárbara es un personaje que se le escapa de las manos a su creador, un "axis mundi" que envuelve a los otros personajes. Su mismo nombre es un recurso expresivo del que el lector extrae información adicional. En última instancia Doña Bárbara genera una ginecocracia narrativa en la que lector - autor - personaje y elementos textuales dependen de ella para sus actuaciones.
CONCLUSIONES
A lo largo de este trabajo, hemos visto como Doña Bárbara es un personaje tipo de la novela realista galleguiana y es, además, conductor de la anécdota. Creemos que hubo habilidad en Gallegos en la selección y exposición de una personalidad que responde a las expectativas de una realidad y a la selección de arcanos arquetipales que se mantiene vigentes a través de los tiempos. Es Doña Bárbara un autentico personaje. Ella responde a una cierta visión del mundo que hace del personaje novelesco la transposición de la noción de persona, dentro de una productividad que concibe los mundos ficticios como la recreación de una realidad aprehensible para el hombre.
En la novela de Gallegos, el lector no tiene que incorporarse como constructor del texto porque en este caso se genera movimientos de identificación y rechazo que constituye la respuestas del receptor. Por otra parte, la novela no exige la participación activa del lector porque no se ofrece el texto como un reto, ni se resuelve en problemas metaficcionales. Por lo tanto, el lector no forma parte de la estrategia interna del relato ni está en la obligación de desentrañar un espacio lleno de sombras.
El lenguaje no teje trampas, Doña Bárbara se define por sus recuerdos, por sus actitudes son completamente predecibles. Ella devora personajes, ellas amasa y domina, pero no se abre a la ficción. No hay en ella una deformación coherente, no hay transgresiones, no se deforman los patrones realistas en los cuales se inserta el texto y el material con el que se nutre.
El texto se cierra sobre sí mismo, pero no se impulsa hacia fuera, hacia el lector, por lo tanto, el foco de atención no se va a trasladar a la mímesis del proceso sino a la mímesis del producto. Teniendo, entonces, un campo en el que la configuración de los personajes no se sustenta sobre el polo de la arbitrariedad, es evidente que el acto comunicativo destierra la reflexión metaficcional, la participación activa del lector y otros tópicos imprescindibles para la literatura contemporánea, por lo menos, la más reciente literatura latinoamericana. Por ello, el lector sabe que está frente a "una puesta en escena" y no frente a "una puesta en abismo".
El tratamiento de los personajes se basa con frecuencia, como hemos dicho, en el parecido con un humano. El lector descubre la entidad y carácter de Doña Bárbara, siguiendo una paulatina y medida incorporación de rasgos caracterizadores del ente ficticio al texto. El lector construye o reconstruye una biografía, recoge datos que conforman al personaje basándose en los indicios textuales, por lo tanto, él habla del personaje, las interrelaciones que él establezca con su mundo devienen imprescindible para caracterizarlo. Nombrar al personaje, es decir, el hecho de que Doña Bárbara se llame como tal, añade a la caracterización de esta figura novelesca un punto importante. El nombre conduce a una figura concreta, y en este caso, posee con frecuencia un valor connotativo que lo convierte en auténtico recurso estilístico, además de que es un recurso expresivo. El nombre del personaje trasmite la información necesaria, que generalizando llamaríamos datos biográficos,y ello exime al lector de lucubrar al respecto, simplemente oír Doña Bárbara desata una constelación de atributos que el lector capta inmediatamente, porque ese nombre especifica, además una característica de este controversial personaje.
El creador no libera el discurso de sus criaturas, salvo el de su personaje principal (Doña Bárbara), quien por su misma característica constructiva, se le escapa. En última instancia, Doña Bárbara genera una ginecocracia narrativa en la que el lector -autor- personaje y elementos textuales dependen de ella para sus actuaciones.
Hemos verificado cómo Doña Bárbara es pecado que aguarda su oportunidad y teje su trampa de espejos, su red, mientras burla, fascinada, cualquier vigilancia y encuentra la oportunidad para devorar, para ejercer el canibalismo novelístico. Ella genera el enfrentamiento entre los personajes y hace que ellos se devoren entre sí (canibalismo). Estos se habitan de una intensidad de simulación que constituyen su propio fin. Ella tiene que sobrepasar el límite, y las formas que adopte y las formas que adopte y las actitudes que asume, obedecen al acoso, porque alrededor de ella giran tormentas. Las trampas del deseo se tejen y destejen a voluntad, como las trampas especuladores que monta.
Doña Bárbara parece haberse escapado de la censura del hablante implícito, ella se mueve con creciente libertad y si bien su diseño no trasgrede las nociones más contemporáneas de la literatura porque, por razones obvias, no pudo ser así, hay esbozos incipientes de una sólida construcción con ecos y resabios míticos. Allí, en ese territorio, cada personaje va conformando su mundo a través de conversaciones y gestos; sin embargo, la prosa de Gallegos no es vertiginosa y no convierte a la escritura en un medio adecuado para mostrarlo todo.
Doña Bárbara, sintetizando, puede producir imágenes porque genera cambios y proyecta un sentimiento ambivalente, maniqueísta: un odio amoroso. Ella suscita apariciones, devuelve las imágenes que un día aceptara en el pasado y anula reflejando lo que un día tuvo frente a sí ahora se halla en la lejanía. Después de todo, ella sabe que lo único que cura la herida es el hierro que la ocasionó.
Este trabajo deja abierta otras oportunidades para futuras investigaciones. Hemos querido centrarnos en Doña Bárbara como un personaje "axis mudi", pero también es cierto que ella es lo que hemos dicho y mucho más; por ello, hemos revisado un arista de tan complejo personaje, dejando en manos de futuras investigaciones otras líneas de trabajo.
BIBLIOGRAFIA
BIBLIOGRAFIA DIRECTA
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