Con cierta
frecuencia, el apelativo Quijote
tiene un significado que tiende a lo ridículo, porque recuerda al héroe
configurado por la ironía literaria de Cervantes, quien satirizó al caballero
andante para que se ejercitara “deshaciendo todo género de agravio”. No se debe
olvidar que un quijote siempre defenderá causas ajenas y se caracterizará por
ser quimérico, extravagante y romántico.

En la cumbre del
quijotismo, entendido a la manera de Don Arístides Rojas, surge Juana Inés,
defensora de la mujer. La monja mexicana no parece idealista ni soñadora, sino
anhelante tras una causa real que la ennoblece. Como hidalga, toma sus propias
armas para “enderezar entuertos” y proclamar su doctrina en pro de la libertad intelectual de las
mujeres.
Para la época que le
tocó vivir a Juana Inés, a las mujeres no se les permitía estudiar, ella misma
lo refería en sus escritos: “le he pedido (a Dios) que apague la luz de mi
entendimiento, dejando sólo lo que baste para guardar su ley, pues lo demás
sobra (según algunos) en la mujer y aún hay quien diga que daña”. Estas
palabras son significativas y llaman la atención, porque la “Décima Musa”, como
también se le conoció, blandió su espada quijotesca en defensa de la mujer, no
sólo con la escritura, sino con sus acciones. A los seis o siete años había
oído decir a su madre que existía Universidad en México y “apenas lo oí -
escribe- empecé a matar a mi madre con insistentes e inoportunos ruegos, sobre
que, mudándome de traje – que se la vistiese de varón – me enviase a México
para cursar y estudiar en la Universidad; ella no me lo quiso hacer; y hizo muy
bien; pero yo desplegué el deseo de leer muchos libros varios que tenía mi
abuelo”. Sor Juana Inés de la Cruz deseaba transgredir el sentido de su
libertad cercenada, no con la amargura que le podría acarrear una condición de
mujer desplazada por la sociedad, sino con la ayuda de su voluntad para
defender sus derechos por la igualdad en el ejercicio racional.
Todo quijote es visto
en su tiempo como loco, por aquello de que a Alonso Quijano “se le secó el
cerebro, de manera que vino a perder el juicio”; pues bien, en su oportunidad, el
obispo de Puebla aconsejó a Juana Inés que dejara los estudios y que leyera más
en el libro de Jesucristo, posiblemente para que no le sucediera lo mimo. En la
Carta de Sor Filotea de la Cruz,
suscrita por el Arzobispo Fernández de Santa Cruz en 1690, se encuentran rasgos
de un problema que excede el ámbito religioso y recae en la situación del trato
recibido, al respecto, por las mujeres, en la época colonial de Las Indias: la
negación a las letras. Al respecto, se pueden leer las siguientes líneas: “no
apruebo la vulgaridad de los que reprueban en las mujeres el uso de las letras,
pues tantas se aplicaron a este estudio, no sin alabanza de San Jerónimo. Es
verdad que dice San Pablo que las mujeres no enseñen (…). Letras que engendran
elación, no las quiere Dios en la mujer, pero no las reprueba el Apóstol cuando
no sacan a la mujer del estado de obediente”.

Hombres necios que acusáis
A la mujer sin razón,
Sin ver que sois la ocasión
De lo mismo que culpáis.
Sor Juana Inés de la
Cruz recrimina la inconstancia de los gustos masculinos y recrimina, en los
hombres, su irreflexión ante las mujeres, a quienes ellos mismos dañan y luego
abandonan: “¿por qué queréis que obren bien, si las incitáis al mal? – les
pregunta, a la vez que les revela la equivocación de su actitud:
Opinión ninguna gana
Pues la que más se recata,
Si no os admite, es ingrata,
Si os admite, es liviana.
La obra de Sor Juana
Inés de la Cruz se erige como ejemplo de calidad ideológica y vasta erudición.
Con admirables juegos de palabra, expresa cómo una mujer después de conquistada por un hombre, pierde
todo el encanto ante el enamorado: “¿para qué me enamoras lisonjero, si has de
burlarme luego fugitivo?”. Esta mujer escritora supo derrochar un estilo
barroco, intelectual y cargado de adornos, a la vez que transmitía su
pensamiento y su juicio ante la defensa de la mujer; por eso no se explica cómo
“la que es ingrata ofende y la que es fácil enfada”.
El contenido de las
Redondillas se llena del concepto que tiene la escritora acerca de la condición
femenina, en un tiempo donde las mujeres estaban relegadas de la cultura y de
los estudios; la libertad que buscó en el convento es evidente en sus versos,
porque, con su lira, deseaba despertar a sus congéneres del letargo de los
siglos que las han confinado a un segundo plano, frente a los hombres. La mujer
tiene derechos y debe defenderlos con su preparación personal; de ello depende
que triunfe en la sociedad y que conquiste nuevos horizontes en su vida.
Sor Juana, en pleno
siglo XVII, fue un ser quijotesco porque sus ideas no pertenecían a ese
momento; sus Redondillas fueron la excepción en la ideología del tiempo y la
hicieron más reconocida aún en el ámbito de la defensa femenina. Juana de
Asbaje fue ante todo una intelectual y su facultad primordial, aparte de la
creación literaria, fue el desarrollo de la inteligencia y de la razón. Su obra
“Hombres necios que acusáis” se adorna con un tema que le dio fama, por lo
extraño en la época; sin embargo, en la literatura española existían elogios
aislados hacia la mujer y la fuente de este tipo de literatura proviene de
Italia. En el Renacimiento italiano había sido un tópico y, años atrás, se
conoció la exaltación de la Donna
Angelicata de Dante o Petrarca. En el siglo XV, se pensaba que la mujer
podía alternar en cultura con los hombres y así se expone en el Renacimiento
italiano con la teoría y la práctica. Si este pensamiento hubiese continuado en
el tiempo, posiblemente en el siglo XVI y siguientes, la situación hubiese sido
como la de finales del siglo XIX, con la igualdad de ambos sexos en cultura y
en derechos; sin embargo todo esto fue impedido por la Contrarreforma católica,
donde se consideró que la mujer debería permanecer sujeta, obediente y
limitada. De esta manera, reaparece el concepto de que la mujer debe carecer
de cultura, sin derecho a la lectura o a
la escritura.
Estas ideas fueron
normales en la España de los siglos XVII y XVIII y, naturalmente, pasaron a
América; por esa razón, una defensa a la mujer, como la hace Sor Juana Inés de
la Cruz, no sólo resulta un hecho extraordinario en la época de Carlos II, sino
que hoy día se mantiene vigente. Una de las frases famosas de las Redondillas
invita a los hombres “queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis”.

En la respuesta que
Sor Juana da al obispo de Puebla, explica detalladamente su afición a las
letras y lo justifica con el recuento de las mujeres en las letras sagradas y
profanas; por ese motivo, alude a personajes extraídos de la Santa Escritura, a
las Sibilas elegidas por Dios para profetizar los misterios de la fe; Minerva,
diosa de las Ciencias en Atenas; Arete, hija de Aristipo, Nicóstrata, inventora
de las letras latinas; Aspasia Milesia maestra de Pericles; “en fin, a toda la
gran turba de las que merecieron nombres, ya de griegas, ya de musas, ya de
pitonisas, pues todas no fuero más que mujeres doctas, tenidas y celebradas y
también veneradas de la antigüedad por tales”.
Para explicar cómo llegó a las Sagradas
Escrituras, Reina de las Ciencias, Sor Juana debió estudiar Retórica: “¿cómo
sin retórica entendería sus figuras y sus tropos y locuciones?”, de la misma
manera, se aproximó a los estudios de Física, Música, Geometría, Arquitectura,
Historia y Astrología. Con esta preparación, la Décima Musa, quijote y
defensora de la mujer en pleno siglo XVII, plasmó sus ideas en “la Carta Magna
de la libertad intelectual de las mujeres de América”, a decir de Alberto Gil
Salceda.
REFERENCIAS
Henríquez Ureña, P. (1987). La utopía de América. Caracas: Ayacucho.
Poesías
escogidas de Sor Juana Inés de la Cruz. (1965). México: Paz- México.
Robles, M. (1989). La sombra fugitiva. Escritos en la Cultura Nacional. México: Diana.
Rojas, A. (s.f). Leyendas históricas de Venezuela. Caracas: Primer festival del
libro venezolano.
Sor Juana Inés de la Cruz. (1972). Selección poética. Argentina: Kapelusz