I.- ENSAYO Y MITO
Al reflexionar con cierto detenimiento sobre las ideas de Lukacs (l975), para quien el ensayo "habla de algo que tiene la forma, o a lo sumo de algo ya sido", una vaga idea merodea por el recuerdo de otras lecturas. En efecto, ese rema (como diría Peirce, l974) o información imprecisa va tomando cuerpo en nuestra mente y nos remite al signo dicente, a una existencia que ha dejado de ser huidiza y que, poco a poco, se va convirtiendo en verdadera: nos referimos a la presencia del mito.
Todo mito hace referencia a una historia sagrada, a un acontecimiento primitivo que ha tenido lugar en el comienzo del tiempo, ab initio . El mito proclama el surgimiento de una nueva situación cósmica o de un acontecimiento primordial; siempre será el relato de una circunstancia.
Es el momento de plantear nuestro argumento: el ensayo y el mito tienen ciertos lineamientos que comulgan en un mismo esquema. Si el ensayista recurre a una fuente, porque necesita la forma o realidad anímica de su texto, el mitólogo devela una verdad que ya existe. La mitología participa de una manera de "hacer el mundo" y el ensayo hace destino de la forma: "destaca cosas del mundo de las cosas".
Cuando el mito encuentra la materia prima, se edifica a partir de una cadena semiológica que existe previamente. Es una nueva construcción que reproduce la creación del mundo y equivale, en cierto modo, a una nueva vida. En el ensayo, lo importante es lo novedoso y la propiedad, la comunicación de una nueva re-ordenación conceptual de la vida. El ensayista ofrece una nueva concepción del mundo, es su punto de vista en una toma de posición respecto a la vida de la que ha nacido, es una posibilidad de transformar la vida y crearla de nuevo.
Si nos basamos sólo en estas ideas para concebir algún vínculo entre mito y ensayo, pareciera que los ensayistas existen para explicar los libros y las imágenes de otros, para facilitar su comprensión, y que los mitólogos solamente se han dedicado a consagrar y reactualizar el acto de la creación. A nuestro modo de ver, la realidad es otra, el ensayista no busca una verdad corriente, sino la evidencia del mito. Los verdaderos poetas de los mitos siempre han buscado el sentido efectivo de sus temas; su misión es leerlos. Los ensayos y los mitos nos dan los símbolos de la vida e imprimen nuevas formas a los hechos que están contenidos en ellos.
El ensayo no saca hechos nuevos de una nada vacía, sino que ordena de modo diferente las cosas que ya en algún momento han sido vivas; el ensayista aspira a la verdad. Aunque el sistema haya sido realizado, ningún ensayo es aplicación sino creación, su valor está en la sentencia; el ensayo es un juicio, una interpretación. En mitología, el tiempo de origen por excelencia es el Tiempo de la Cosmogonía, el instante en que apareció la realidad más vasta, el mundo. La cosmogonía sirve de modelo ejemplar a toda "creación", a toda clase de "hacer". Por eso, el tiempo cosmogónico sirve de modelo a todos los tiempos, y el mito cosmogónico sirve de modelo arquetípico a todas las creaciones. La mitología se basa en esta certidumbre y trata de encontrar, bajo formas inocentes de relaciones vitales e ingenuas, la reconciliación de la realidad y de los hombreas, la descripción y la explicación tanto del objeto como del saber.
Con estas reflexiones, que proponen una relación mito-ensayo, deseamos determinar la existencia de significados precisos o interpretantes en el texto dramático de la venezolana Elizabeth Schön (l967), Lo importante es que nos miramos. El estudio de esta creación nos ha colocado in media res, ante la circunstancia vivida por el mitólogo y el ensayista. De ser así, postularemos significaciones basadas en una obra que "ya existe" y seremos "creadores" de una nueva realidad.
Al haber encontrado nuestra materia prima y reconocido el término final de una inicial cadena semiótica, aquélla se tomará como un primer término o como término parcial de un sistema que edificaremos de nuevo. Para ello, nos sustentaremos en las ideas arquetípicas de Jung, suscritas por Rísquez F. (l985). Basándonos en la mitología, iniciaremos el estudio del eterno femenino en el desciframiento de la lectura sugerida y procuraremos una relación pragmática de los signos.
II.- EL MITO DEL ETERNO FEMENINO EN LA OBRA DRAMATICA DE ELIZABETH SCHÖN. LO IMPORTANTE ES QUE NOS MIRAMOS.
Elizabeth Schön optó por una expresión vivencial, subjetiva y directa, mediante la cual ahondó en su propia condición fluctuante de mujer y en el destino humano enigmático.
Liscano, 1984.
Toda mujer es trina en esencia y una en persona. Cuando Fernando Rísquez (l985) subscribe la tesis arquetípica de Jung, aproxima a sus lectores a una visión especial de la feminidad. Lo femenino ha sido definido por medio de la tríada arquetípica y secular que señala a toda mujer como un trébol con tres lóbulos, uno es Deméter: la madre; el otro, Kore: la hija, el retoño, lo que se convierte luego en una flor, es la diosa hija; y el tercer lóbulo es Hécate: la encantadora, la mujer que presenta imágenes de encantamiento y de brujería, es la diosa bruja.
Todas las mujeres son tripartitas y estas tres figuraciones componen su unidad arquetípica de lo femenino. En cada mujer están la madre, la hija y la encantadora devorante. Desde este punto de vista, la feminidad profunda es triforme y, por tanto, extremadamente compleja y ambigua. Durante su vida, toda mujer siembra las tres formas de la tríada jungiana: Deméter (la madre), Kore (el retoño) y Hécate (la diosa bruja, la mujer seductora).
Partiendo de estas observaciones, nos aproximaremos a la obra teatral Lo importante es que nos miramos, escrita por una mujer: Elizabeth Schön. Con este hecho, no se pretende que la literatura creada sea diferente; porque, el arte es universal sin importar el sexo del autor; sin embargo, el estilo personal femenino es una de las características que adornan la dramaturgia de esta escritora y su texto posee una riqueza simbólica, mítico-femenina, capaz de ilustrar nuestra lectura.
Deméter, la madre ordenadora, se pone de relieve con la importancia dada a la labor femenina de la costura. Esta ha formado parte de un diálogo sostenido entre los dos personajes de la obra: el Hombre y la Mujer.
Hombre- ¡Esto si es una sorpresa agradable. Luego, usted es...Mujer- Sencillamente una costurera y con toda su instrumentación propia.[...] Soy costurera y sé que cuando los filos de las tijeras se deterioran no sirven más.
La vivencia femenina de una formación hogareña, revela una Deméter que conoce los rasgos dejados en unas manos femeninas, acostumbradas a la costura. Cuando la mujer en el hogar se dedicaba al bordado y a la costura en las plácidas tardes, las agujas iban dejando huellas en sus manos. Ante este hecho, aparentemente insignificante para un hombre, quien usualmente no trabaja en labores de costura, Elizabeth Schön coloca en labios de sus personajes el siguiente comentario:
Hombre- Por supuesto que sí y [Medita] ¡Ya recuerdo! No había comprendido bien, usted dijo que era [Medita] ¡Una costurera!.
Mujer- ¡Qué gracioso! ¿Una costurera?. [Le muestra las manos]. ¿Le recuerdan mis manos a los de una costurera?.
Hombre- Tiene razón, son demasiado lisas y demasiado tiernas para creer que alguna vez han sostenido agujas.
En el diálogo anterior, se puede apreciar el extraño comentario que la escritora entrega por la voz masculina. Cualquier hombre puede ver la belleza de las manos femeninas, pero no se preocupa si la costura o las agujas las dañan o no. ¿No será ésta una intuición, parte del tono femenino de la escritora o, en todo caso, la presencia de Deméter/Schön?.
Pero Deméter no está sola, detrás de ella se puede observar el "encanto" transmitido por la otra hoja del trébol femenino: con la coquetería al mostrar las manos, aparece Hécate, la diosa del poder femenino. En la mitología griega, esta poderosa deidad cuidaba los infiernos, pero tambíen abría sus puertas, su figura estaba unida a las divinidades arcaicas del lado terrible del eterno femenino: "es la parte siniestra de las mujeres encantadoras".
El trébol se completa con el tercer lóbulo, aparece Kore, el retoño, la hija. En la pieza dramática existe una alusión especial a los padres. Los hogares clásicos han dado muestras de autoridad, bien sea del padre o de la madre. Con la existencia de una familia constituida bajo los patrones del pater familias, los hijos eran vigilados, incluyendo sus amistades. A las muchachas, les estaba prohibido pasear en compañía masculina; Kore no podía salir con un joven, porque la presencia viril separaba a la hija de su madre Deméter. En Lo importante es que nos miramos, se puede observar cómo el retoño escapa de la vigilancia paterna:
Hombre- ¿Te miraron tus padres cuando subiste al coche?.
Al invocar a la diosa Kore, Elizabeth Schön la ofrece en el pedestal de la doncellez y la presenta con el cobijo requerido por los padres. La evocación de éstos es significativa porque aparece el recuerdo de Deméter. Esta diosa representa en el pensamiento más antiguo a la reina madre, la madre/tierra, Gaia o Rea, la Tierra, lo terreno por oposición al cielo/masculino. Deméter es la madre del mundo, ella misma es el mundo y vela por su retoño Kore. Cuando la madre se da cuenta de que Kore entra en contacto con la masculinidad, está alerta y la busca para protegerla. Esta unión protectora de la Madre más la hija es igual a la vida, pero el retoño Kore más el intruso/virilidad es igual a muerte. En Lo importante es que nos miramos, se refleja la protección de los padres: Deméter protege a Kore de la presencia del intruso.
El siguiente diálogo brinda otra visión mítico-femenina de Lo importante es que nos miramos: "Mujer- Si nunca me has rozado las puntas de las uñas, menos me arreglarás los cabellos". Aparece de nuevo Kore en el arquetipo de Artemisa. El sexo femenino, durante su vida, constela las tres formas de la tríada Jungiana: Deméter, Kore y Hécate. Aparece la diosa Artemisa, antagonista de Venus y en ella, el problema crítico entre el hombre y la mujer se resuelve como un retraimiento hostil y virginal por parte de la mujer, existe una fraterna rivalidad entre los sexos. A esta diosa le chocan sobremanera las relaciones sexuales, le parecen imposible. Esta diosa representa el desencanto de la mujer con respecto al hombre. Veamos la relación con la obra de Elizabeth Shön. Entre los adornos femeninos que se mencionan con insistencia, aparece el cabello de la dama. Uno de los símbolos del cabello es la fertilidad; pero si observamos con detalle, lograremos descifrar otros signos proyectados por el significante y el significado de esta palabra.
Hombre- Oiga. ¿No le molestan esos cabellos que le caen sobre el ojo izquierdo?Mujer- No sé lo que ocurre. Cada vez que me siento en este banco, el viento me despeina.(La mujer va a quitarse el cabello del ojo).Hombre-(Cogiéndole la mano). Permítame que se lo arregle.(La Mujer se pone en pie bruscamente. El hombre hace lo mismo)Hombre - No resisto mirarla con el cabello sobre el ojo.(El hombre va a arreglarle el cabello y la Mujer lanza al hombre sobre el banco).Mujer- El cabello es mío y me lo arreglo yo.(La mujer se arregla el cabello y se sienta aún disgustada).
Estos gestos provenientes del peinado de la Mujer, pueden remitir a la independencia deseada por el sexo femenino, quien en su lucha permanente procurará afirmarse por medio de una imagen no mediatizada por el hombre. Aparece Kore constelada en Pallas Athenea cuya característica principal es la eterna virginidad. En el mundo actual se ha constelado el arquetipo de esta diosa, el movimiento feminista enarboló este arquetipo jungiano. Esta diosa tiene algo masculino con fuerza de mujer a la vez: es mujer con poderes masculinos. Ella hace posible que el hombre y la mujer puedan tratarse de quien a quien, ser amigos, intelectuales, socios, comerciantes o políticos; existe algo así como cierta desexualización en la relación del hombre y la mujer.
Aquí podríamos hacer un paréntesis y ver cómo la escritora ha otorgado ciertos rasgos "feministas" al personaje femenino. La Mujer es siempre la primera en realizar un movimiento en la escena y luego le sigue el Hombre. Además de ello, no permite que el Hombre le acomode el cabello, pues desea y defiende su independencia al asumir el arquetipo jungiano de Atehenea, la diosa arrogante y dominadora.
Este no es el único interpretante del cabello. La liberación femenina también se puede interpretar como forma de brujería. La mujer trata de disminuir la importanica de la masculinidad como intrusión y entonces se presenta la diosa Hécate, la seductora reina de las sombras y de los fantasmas. Surge otra cara de la trinidad femenina.
Mujer.- ¡Oh, el viento vuelve a despeinarme!(El hombre va a arreglarle el cabello).
Hombre- Esta vez sí se lo arreglo yo.
Mujer- (Poniéndose en pie).¡Ay! se me desbarataron los bucles.
Los sugestivos bucles sueltos recuerdan vivencias y ardores juveniles. Además de Kore, el retoño, la virgen bella, estamos ante la presencia de la seductora Hécate, quien extiende su cabellera. Es la presencia de la nueva fórmula de la tríada, la mujer de ayer y de hoy, es el eterno femenino. La reina de la noche, la verdadera femme fatale es la que atrae al Hombre con la seducción de su cabello.
Como mujer, Elizabeth Schön sueña con un hogar y con la ansiada presencia del "príncipe azul" que la acompañe el resto de su vida. Es la eterna contradicción de la mujer que desea emanciparse del hombre, pero que sueña con su amor. Es la presencia de Kore, la virgen y de Hécate, la seductora. Es la constelación de Artemisa que compite con el varón, pero es Deméter, la madre, la tierra que desea engendrar vida nueva.
Hombre-Cuando estás en casa, y concluyes tus tareas domésticas, te peino, y es más, te encanta que juegue con tus bucles.
Cuando la mujer desea ser admirada por su belleza y rechaza cualquier unión sexual, surge Artemisa; pero, de la misma manera, renace Deméter, el bálsamo, la dulzura, la compañera ideal, también arrogante y dominadora. El impulso que precipita a dos extraños, el uno hacia el otro, es el amor. La ternura se explica por la esperanza que tienen ambos de encontrar, gracias a ese sentimiento, un remedio a su propia soledad. El sentimiento amoroso es nombrado por la Mujer del texto dramático y no por el Hombre. Es fácil inferir, del mismo modo, el deseo maternal/femenino de cuidar y proteger a otro ser abandonado. Veamos el ejemplo de Elizabeth Schön:
Hombre-Lo importante es que nos miramos.Mujer- sí.Hombre-No todos los días sabemos mirar.Mujer-¿Eso te asombra?. El amor es lo único que queda.Hombre-No sé, todos mis hermanos murieron.Mujer-Créame, después de esta conversación tan íntima no pienso abandonarlo.Hombre- Y para colmo. Mis primos también desaparecieron.Mujer- ¡Pobrecito!. Cuando lo vi en la esquina nunca sospeché que no tuviera ni siquiera un cuñado, pero ¡ánimo! no está tan solo como se imagina, aquí a su lado, mirando su frente, descubriendo sus ojos [...] estoy yo .
Nos encontramos ante la presencia de la diosa madre, la tierra. Según Rísquez: "el hombre es el mismo desde el tiempo de su circunscisión hasta el de su sequedad, es el mismo desde su primer amor a como era antes; la mujer es otra desde el día de su primer amor y continúa toda su vida". El hombre pasa la noche con una mujer y se va luego; su vida y su cuerpo siguen iguales. La mujer concibe y como madre es otra persona distinta a la mujer sin hijos. Ella carga el fruto de la noche en el cuerpo por nueve largos meses. El hombre no puede saber nada antes de la maternidad y después de ella, solamente una mujer puede saber y hablar de ello. El mito más famoso, más desperdigado por los cuatro rincones del mundo es el mito de la maternidad, mito de la separación y del reencuentro.
Al final de la obra, encontramos de nuevo la imagen de los cabellos, el Hombre dice a la Mujer: "Oiga, no marche así, recójase el cabello". El hombre insiste en su punto de vista, él es el organizador del mundo; pero la mujer inteligente cambia de tono utilizando un tú que hace creer en la sumisión de la solicitud: "Sabía que eso me dirías antes de que entrara en la fábrica".
En el texto de Shön, se ha podido apreciar la presencia de la trinidad femenina, porque se conjugan las figuraciones que componen la unidad arquetípica: Deméter (la tierra que germina), Koré (la doncella) y Hécate (el mundo subterráneo de las pasiones) y estas tres hojas forman el trébol femenino. En cada mujer están presente la madre, la hija y la encantadora devorante. Desde este punto de vista, se puede entender la contradicción femenina observada en la obra Lo importante es que nos miramos.
III . A MODO DE DEDUCCION
Con esta lectura, hemos pretendido un estudio especial del eterno femenino. El mito nos ha acercado a una artista, inconscientemente creadora de imágenes simbólocas de los aspectos contradictorios y oscuros de las realidades psíquicas de toda mujer. De esta manera, los distintos comportamientos femeninos no están presentados como caprichos ciegos de la naturaleza psíquica de la mujer, sino motivados por un argumento y un sentido.
Por otro lado, y en lo que respecta al ensayo, hemos "creado" una nueva realidad partiendo de un material conocido: Lo importante es que nos miramos, una de las obras dramáticas de Elizabeth Schön. Con esta disertación, nos hemos aproximado a la explicación del mundo y procurado la búsqueda de una verdad al ordenar un material que ya existía.
Terminaremos estas líneas, aludiendo de nuevo a la semejanza que habíamos previsto entre el mito y el ensayo. Ha sido la experiencia de la concepción del mundo y la búsqueda de una realidad existente desde un determinado y particular punto de vista. En conclusión, se produjo un acercamiento a la toma de posición respecto a la vida y de esta vivencia han nacido el ensayo y el mito. Ha sido la posibilidad de "transformar la vida misma y crearla de nuevo".
REFERENCIAS
Liscano, J. [1984]. Panorama de la Literatura Venezolana Actual. Caracas-Barcelona: Alfadil Ediciones.
Lukacs, Georg. (l975). El alma y las formas y La teoría de la novela. Barcelona-España: Ediciones Grijalbo.
Peirce, Charles S. (l974). La ciencia de la Semiótica. Edic. Nueva Visión. Buenos Aires.
Rísquez, F. [1985]. Aproximación a la feminidad. Caracas, editorial Arte.
Schön, E. [1967]. Lo importante es que nos miramos. Valores teatrales. Album nº 6. Caracas, Edición especial del Círculo Musical. Caracas 400 años 1567-1967. [Album de discos].
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