Si nos acercamos al “mundo amoblado” (Eco, 1981), previsto por los espacios ficcionales de las obras narrativas, es posible darnos cuenta de que ese mundo no es abstracto, sino “grávido” y que posee propiedades e individuos. El mundo presentado en la novela Doña Inés contra el olvido de Ana Teresa Torres, está proyectado con el personaje Inés Villegas y Solórzano, quien ha tomado ciertas propiedades del mundo real para vivir en el espacio ficcional que le ha construido la autora. Este mundo posible crea un compromiso en el lector, un pacto cultural con la escritora, para que la obra sea leída como verosímil y no relacionada con la realidad. Partiendo de esta idea, estamos ante la omni presencia de una muerta que merodea por los rincones espacio-temporales del texto, en busca de los papeles de propiedad que la acreditaban como dueña de unas ricas tierras en Barlovento.
Esta obra, donde se explayan casi trescientos años de la gesta ficcional de una familia, ofrece la crónica de Venezuela durante tres siglos de historia, recreados por la memoria de la protagonista. La novela de Ana Teresa Torres ha sido galardonada con el Premio de Novela de la Primera Bienal de Literatura Mariano Picón-Salas en 1991. La anécdota presentada en Doña Inés contra el Olvido se refiere a un largo litigio por la posesión de unas tierras de Curiepe y es el pretexto de la voz narradora de Inés Villegas y Solórzano, hija del conquistador Juan de Villegas, para contar la historia de su propia saga familiar desde 1715 hasta 1985, fecha en que el último descendiente de la historia, Francisco Villaverde, “negocia” los terrenos con José Tomás el Concejal del Distrito Brión, cuya historia también está ligada a la familia de los descendientes de la mantuana narradora de los acontecimientos, por la presencia de la abuela Vicenta, quien había sido señora de servicio de Belén Sánchez Luna y el Ministro Domingo Sánchez; ambos, miembros de una de las generaciones de Doña Inés. Para este momento crucial del pleito entre los miembros de la familia por la posesión de las tierras, la voz narradora es capaz de decir: “he relatado la última crónica de mi memoria” (p. 237) al escibano a quien cuenta la historia.
Las instancias narrativas del texto corresponden a un proceso conformado por NARRADOR, RELATO Y NARRATARIO. En la novela de Ana Teresa Torres, el momento del NARRADOR se corresponde con la voz de Inés, que disipa el caos y la confusión, reordena la geografía, crea primeros planos y compagina las secuencias de esta larga historia dividida en tres partes. La primera de ella, enmarcada entre l715 y l835, es la sucesión de acontecimientos ocurridos durante la Colonia, las audiencias ante el Rey Carlos III, las crónicas de guerra, y otras situaciones de la época. La segunda parte,1846 y 1935, relata acontecimientos de la familia en el marco de los liberales, del progreso previsto por Joaquín Crespo. La tercera parte de esta larga pervivencia de Inés, omnipresente entre los vivos y los muertos, se pasea por los años l935 y l985, entre las dictaduras de Gómez, la democracia de Betancourt y otras referencias políticas y politiqueras de los gobiernos venezolanos del momento.
Inés de Villegas dicta la historia desde su muerte: “encerrada en mi cadáver de ojos atónitos, oídos aturdidos” (p. 54), “Unicamente yo veo en la oscuridad porque mis ojos han muerto hace mucho” (p. 75), “yo no tengo manos” (p. 93), “cubiertos mis huesos descarnados” (p. 95), “Cuánto lamento(...) no estar viva” (p. 113), “Mis ojos de cadáver recorren la ausencia de lo que tanto amé (...) voz de cadáver” (p. 238), “Soy un muerto sin oficio” (p. 239). Un escribano, también omnipresente, toma nota de sus mandatos, durante los diferentes acontecimientos mezclados en el tiempo. De esta forma, se lee: “que venga el escribano y prepare su caja de tinteros, que moje la pluma y levante el testimonio de mi memoria; quiero dictar mi historia” (p. 12); “atiéndanme, que estoy asentando mi crónica” (p. 27); “Consigna, escribano, el testimonio” (p. 83); “Ahora dictaré la historia de Andrés Cayetano” (p. 95); “Anota, escribano” (p. 115); “¿Has consignado, escribano? (p. 201); “Anota, escribano, porque ya estoy harta de que la Historia me tenga vituperada” (p. 228); “Mi voz ha perdido peso porque necesitaba de un escribano para hacerla valer” (p. 237); “Todo lo he dictado para ti, mi querido marido” (p. 239).
El narrador de los textos novelísticos, según Tacca (1978), presenta un mundo lleno de voces ficticias. Este universo ficcional es ofrecido desde afuera y desde dentro. El recorrido va en infinitas direcciones y el punto de la mirada decidirá la voz. Este ángulo de enfoque es el que ordena el mundo por medio de dos modos fundamentales. En Doña Inés contra el olvido, la voz de la mujer conduce las diferentes historias y las presenta en las dos modalidades. En algunos momentos está fuera de los acontecimientos y refiere hechos narrados, sin alusión a ella misma. De esta forma, el lector puede enterarse de los acontecimientos ocurridos en Venezuela: entre ellas, la actuación de Mariano Martí: “En su visita pastoral a los valles de Barlovento en l784 (...) encontró una población de unas cincuenta casas...” (p. 33); del temblor de l812 cuando:“Caracas fue una gran tumba, una ciudad deshabitada de la que huian cuantos podían” (p. 35), la muerte de Gómez: “Los pregoneros repartían los periódicos de tapadillo porque llevaban la noticia de que el día anterior se había muerto don Juan Vicente y nadie se atrevía a comprarlos ni a leerlos, por miedo a que fuese una trampa y que él estuviera sentado en su silla de mimbre” (p. 167); o de las acciones progresistas de otro dictador: “Durante la primera presidencia del General Joaquín Crespo se decreta una expropiación que afectaba los linderos de la hacienda. El motivo de la expropiación fue la construcción de un ferrocarril” (p. 197).
Los plenos poderes de Inés como narradora omnisciente le permiten un libre tránsito de lo visible a lo invisible. Todo acto le es lícito: información: “Un facsímil del siglo XIX que nada prueba, un documento sin otro interés que despertar la curiosidad de gente sin oficio; unos papeles viejos que encontró un albañil en mi trastero cuando yo cansada y decepcionada de no hallarlos, lloraba los golpes que herían mis paredes (...) no recordaba, son tantas las cosas que mi memoria ha almacenado Un cronólogo vaniloquente conserva los títulos de doña Inés y escribe la historia a su manera. Pues sólo faltaba eso, que tuviera que esperar ...” (p. 201), confidencia: “Nunca pensé en vida que pudiera ser testigo de tantos actos deshonestos como tuve que presenciar siguiendo los pasos del Capitán Domingo Sánchez” (p. 120) , descubrimiento y suposición: “Meses atrás, recelosos, atento cada cual a las palabras y gestos del otro, se habían reunido en la casa municipal; solos, frene a una mesa que presidía el retrato del Libertador y una fotografía del presidente, habían compartido este ficticio recuerdo” (p. 233). Entre el personaje que es visto y contado y el que ve o actúa y cuenta hay una diferencia de perspectiva
Inés posee ubicuidad temporal y espacial y, aunque en la lógica esta percepción o conocimiento es antinatural, porque al hombre no le ha sido dado el don de la ubicuidad ni de la penetración, hay un pacto con el lector que lo ve como verosímil y no busca en ello lo verdadero: “Ahora soy un muerto sin oficio y sin oidores y no me queda otra compañía que la de mis cadáveres (...) Ven a morirte del todo al lado mío, ven ahora a consolarme, estremecida del tiempo, deshaciéndome en los años como los papeles que nunca encontré, ven a desbaratarnos juntos, de un golpe de viento bastará para desmenuzarnos” (p. 239).
Cuando el recuerdo de la narradora participa de los acontecimientos, actúa como protagonista, se identifica con los hechos y narra en primera persona: “Mi vida fue atravesar mañanas lentas, días largos que el viento recorría despacio (...) ahora todos me han dejado sola. ¿Dónde están mis diez hijos?” (p. 11); “He venido hoy, por última vez a visitar lo que fue mi paisaje, estas cuatro calles donde vivían las personas de mi condición” (p. 237); “Estoy aquí, en mi camisón de seda negro roto en hilachas, desgreñada, sucia, pestilente, escondida en mi cuarto, aguantando que de los huecos del tejado me caiga el polvo, me mojen los aguaceros y me reseque el sol” (p. 71).Como testigo de su propia imagen, existe un distanciamiento: “Ahora soy devuelta a mi imagen de una vieja mantuana enloqecida, doblado el espinazo, curvas sus uñas como garras (...) llamando a gritos a sus esclavas y a sus hijos” (p. 237). Con la narración en primera persona también aparece el fantasma de Inés que merodea por los escenarios de las épocas vividas, a modo de un testigo presencial: “Debo dejar mi recuento. Escucho que han tocado el timbre, es Francisco que viene a visitar a Belén” (p. 185); “Yo no me morí en 1780 sino el 23 de Abril de 1781. Pero basta de zoquetadas. Ahora, (...) hay asuntos más importantes. Vamos a ver quiénes son esos negros que andan en Curiepe reclamando mi hacienda por los periódicos”.
Toda novela es un juego de información (Tacca, 1978: 66); entre el autor y el lector están el narrador y el destinatario. Doña Inés es el narrador y su función es informar, la voz constituye una realidad en el texto y es el eje de la novela; sin la voz de Inés Villegas y Solórzano, no habría novela y, aunque ella conforme una abstracción situada en el plano de la enunciación y constituya una ficción en el ámbito de la obra que probablemente se aproxime a algún personaje real o viviente, como podría desprenderse de la detallada presentación de todos sus familiares y de los acontecimientos con apariencia real que rodean todas sus propias acciones y las de los suyos, Doña Inés, como voz cantante, siempre constituirá un ser de papel, como diría Barthes (citado por Tacca: nota p. 71) o un ente de papel , como la denominaría Carmen Bustillo. (1995).
Entre las instancias de la narración, se ha observado la vigencia de la voz de Inés, conductora de las acciones; el RELATO es otro elemento significativo presente en la novela de Ana Teresa Torres. En efecto, Doña Inés contra el olvido ofrece un relato primero o extradiegético, según Genette (1989) en la historia de la misma protagonista que busca, desde su propia memoria viva en la muerte, los papeles de propiedad de los terrenos donde se encontraba la hacienda La Trinidad, envuelta en litigios de enredos, donaciones, expropiaciones y pleitos entre la propia Inés, sus hijos, nietos, bisnietos, yernos y familiares en general con los negros de Curiepe, descendientes de Juan del Rosario Villegas, liberto e hijo del esposo de Inés: Alejandro Martínez de Villegas y Blanco con una esclava negra. Esta instancia primera de la narración es de carácter ficticio, y será metadiegético con respecto a los relatos segundos que introduce, denominados relatos diegéticos.
El relato primero o metadiegético de Inés introduce el resto de la historia como relatos segundos o diegéticos. Entre ambos relatos existen diferentes relaciones, una de ellas es la de causalidad directa entre los acontecimientos de la metadiégesis y la diégesis, esto hace que el relato segundo se convierta en una explicación del relato primero: “Nadie, ni Dios mismo, hubiera podido tener la visión de tantos acontecimientos como se precipitaron. Y así Isabel la hija de mi nieto Francisco, creció a la sombra del cacao. Pasaba el tiempo (...) solamente mi memoria sabía de su existencia” (p. 81), e inmediatamente se introduce el relato de la esclava Daría, la nodriza de Isabel Francisca María de la Purificación, quien había participado en la Peregrinación a Oriente con su ama y luego había huido con la niña casi moribunda para salvarla del hambre y la sed que sufrieron en el trayecto.
Otro ejemplo similar es la larga explicación que sucede a las palabras de Inés : “Yo debo permaneceer aquí, escondida en el cuchitril que es ahora mi cuarto, cubiertos mis huesos descarnados con los harapos que restan de lo que fueron mis sábanas de hilo, para acompañar a mi bisnieta Isabel y ver el día en que se presentó en Caracas Juana Solórzano, toda vestida de negro...” (p. 95) y continúa la historia de Andrés Cayetano, descendiente de Julián Cayetano y caporal de la Hacienda en uno de sus años fértiles. Con la misma, se introduce el relato de Dominguito, el nieto de Andrés Cayetano, de las peripecias sufridas por este niño abandonado a su suerte, después de que Gregoria, su madre, fue asesinada por el mismo papá del futuro doctor Domingo Sánchez, ministro del Generalísimo Juan Vicente Gómez.
La segunda relación, señalada por Genette en los textos metadiegéticos y diegéticos es el aspecto temático, que no entraña continuidad espacio temporal entre los dos relatos. Es una relación de contraste o de analogía. Cuando Inés cuenta la historia de Belén, comenta: “Miguel, así se llamaba su primer marido, pretendió, ¡qué ingenuidad¡, derrocar al general Gómez, pero de quien voy a hablar es del hombre que, aun cuando por poco tiempo, le salvó la vida” y , a continuación existe una larga disquisición al presentar la vida de León Bendelac desde que llega a Venezuela, proveniente de Marruecos, su trabajo como pequeño comerciante, las cartas enviadas a su madre, la forma cómo salva a Miguel, joven anti gomecista, el viaje a Caracas, el nuevo negocio, su boda con Dora, la hija de Salbic con quien luego progresa en el negocio de la platería, etc.
En algunas oportunidades, el relato diegético se convierte en metadiegético con respecto a otros, que aparecerán comentados por narradores intradiegéticos.. Cuando Francisco Villaverde, el ingeniero que negocia las tierras con el Concejal de Brión, visita al abogado Heliodoro Chuecos Rincón para conocer la historia del litigio, el historiador aficionado relata a modo de crónica toda la historia de la familia y le entrega los papeles de propiedad: “A mi modo de ver se trata de un regalo único, le estoy dando una joya histórica: el título de fundación del primer asentamiento de lo que hoy es el pueblo de Curiepe” (p. 199). Durante la narración de los acontecimientos de esta nueva voz intradiegética, existen interrupciones que despistarían a un lector ingenuo: “¡Cómo no, cómo no, su señora tía doña Belén me hablo de usted, cómo no (...) Ah, ingeniero, la ingeniería es una profesión de gran responsabilidad cívica, como lo es el estudio de las leyes, yo soy abogado de profesión pero historiador de vocación ¡Carmela, mire qué hace con Rafael que no nos deja conversar! Mi señora le puso Rafael al loro porque gusta burlarse de los políticos y dice que este loro es tan pico de oro como el doctor Caldera. Pero ¿dónde estábamos?...”(p. 191).
A veces, la narración gana en vibración humana, cuando la protagonista ciñe su punto de vista al de los demás personajes. Se opta por un mundo con los ojos de los demás. Las cosas y los seres cobran de inmediato la forma y el sentido que tienen para cada personaje no para un juez distante y superior. El narrador no decreta sino que muestra el mundo como lo ven sus héroes. Hay mayor participación del lector quien debe estar alerta con lo que se dice y los personajes creen que es: “Belén había escuchado en silencio solemne al abogado y al llegar a este punto interrumpió -Pero si el concejal es el nieto de Vicenta. ¿Tú no te acuerdas -se dirigió a Francisco- que Vicenta vino a Caracas porque tenía que hacerse unos exámenes médicos y me visitó y estuvo horas hablándome del nieto, de la maravilla del nieto, que era político, que siempre lo elegían concejal? Francisco ¿Tú no te acuerdas que te lo comenté? “ (p. 224).
Para Genette, el crítico que sustenta estas líneas de análisis, existe una tercera relación de los relatos metadiegéticos y diegéticos, pero no explícita entre los dos niveles de la historia. De aquí que la función del contenido diegético sea independiente a la del contenido metadiégetico porque su objetivo es la distracción y la obstrucción. En este caso, el contenido metadiegético no es importante. En la novela de Ana Teresa Torres no existe este caso, al contrario cada uno de los relatos segundos o diegéticos que aparecen subordinados a la voz de Doña Inés, resultan imprescindibles para conocer la construcción de los acontecimientos ficcionales durante las diversas generaciones recreadas en la historia de la “legítima” familia Martínez de Villegas y Blanco y de los descendientes del paje liberto Juan del Rosario Villegas: los “ilegítimos”, pero reconocidos desde el mismo momento en que Alejandro Martínez de Villegas y Blanco asumiera la siembra de su estirpe en los esclavos, con el afecto que le brindara al hijo de la esclava.
La última dimensión de la instancia narrativa está representada por el NARRATARIO. Este es uno de los elementos de la situación narrativa que se sitúa necesariamente en el mismo nivel diegético del relato. Esto quiere decir que no se le debe confundir con el lector, porque la voz de la narradora intradiegética, Inés, no puede estar dirigida a la existencia de quien se aproxime a la novela para leerla. Sin pretender una teoría del narratario y sus diferentes interpretaciones, sólo se desea aproximar estas páginas al ser que recibe la información emanada de la voz narradora. Por esta razón, no se buscarán motivos para discernir entre sujeto retórico:Doña Inés, sujeto literario:Ana Teresa Torres (Kristeva, 1974), ni lector modelo o virtual (Eco, 1981).
El principal narratario que se puede precisar en la novela de Ana Teresa Torres es el escribano a quien ella misma relata la historia para que conserve su memoria por escrito.: “Yo quiero que mi voz permanezca porque todo lo he visto y escuchado y seguiré buscando mis títulos (...) que venga el escribano y prepare su caja de tinteros, que moje la pluma y levante testimonio de mi memoria; quiero dictar mi historia desparramada entre mis recuerdos y documentos, porque en ellos se encuentra mi pasado y el de muchos, aquí mil veces aparece mi nombre: Inés Villegas y Solórzano” (p. 12). A este personaje que no habla, como tampoco lo hacen explícitamente los demás narratarios, solicita Inés en más de una oportunidad que tome nota de sus memorias: “Anota, escribano: el general Joaquín Crespo le debe a doña Inés” (p. 115)
Dos son los narratarios importantes en la historia contada por Inés, uno es su marido difunto Alejandro Martínez de Villegas y Blanco. El otro narratario se corresponde con Juan del Rosario Villegas, su paje liberto, el fundador de Curiepe, hijo bastardo del esposo de Inés con una esclava de la hacienda. Ante la presencia “muerta” y continua de los dos en el relato, la voz que conduce las acciones se dirige para informar acerca de todas las historias que involucran a los dos personajes y a sus familiares, quienes también son propiedad de la misma narradora de los acontecimientos.
A su esposo Alejandro, cuenta las historias de los diversos familiares que aparecen en el relato: “¿Te acuerdas, Alejandro, de los juegos y rochelas de tantos niños como tuvimos?” (p. 177), “¿Es verdad eso, Alejandro, que tú le dijiste que se fuera con otros negros a desmontar el terreno y fundar una hacienda y que el valle de Curiepe, después de tu muerte, quedaría para ellos?” (p. 15). y obtiene, por lo que se ve, preguntas por su parte, porque en varias oportunidades, y sin que el lector sepa cuáles son las palabras del interlocutor, Inés interpela a su mudo interlocutor en la muerte que comparten: “Que de dónde era tan rico Domingo Sánchez? Alejandro, pero si no he hecho otra cosa que explicártelo ¿No te dije que siempre estuvo atento a quien mandaba para ver donde metía la mano? (p. 185), “No por Dios ¡Qué disparate¡ ése fue otro. Ni tampoco entró a caballo como Joaquín {Crespo. ¿Cómo se te ocurre, Alejandro?” (p. 183), “¿Que estoy loca de remate, dices, y me deberían meter en el hospital de Caridad, encerrada entre rejas? ¡Ay Alejandro¡ del hospital de la Caridad no queda ni el polvo (...) ¡Ay Alejandro, qué ingenuo eres¡ Si hubieras tenido que estar presente, en vez de dar vueltas perdido en mi memoria” (p- 169).
A su paje liberto, también muerto: “Te has muerto, Juan del Rosario. Está saliendo la cofradía de negros, la de San Juan que fundaron los trís, a la que pagaste los siete pesos y cuatro reales para ser hermano redimido y contar a sí, en la hora de tu muerte, con ataúd y oficios y acompañamiento oficial” (p 26), le recuerda cómo lo crió junto a sus propios hijos Nicolás y Alejandro, cómo le quitó las fiebres cuando era niño: “ Sí, mi paje y mi liberto, recordar deberás recordar los días de tu infancia, cuando temblabas de fiebre en unas viruelas y mandé a traer al médico porque temí por tu vida, y deberías recordar cuando le dije a tu padre (...) que no te vendiera porque Alejandrito y Nicolás se divertían contigo” (p. 20).y cómo lo odió cuando le reclamó las tierras que su padre le había ofrecido. “Te conozco a ti, Juan del Rosario, aunque te escondas por los rincones, te estoy viendo muy bien, aunque no veo ya casi nada” (p. 15), “Yo te conozco, mi paje y mi liberto, estoy segura de que se te inflama la sangre (...) pero Juan del Rosario, estás más sordo que Alejandro!” (p. 217), “Voy al grano, Juan del Rosario, quiero ponerte en antecedentes de cómo andan ahora las cosas en las tierras que nos disputamos”. (p. 213).
En la novela de Ana Teresa Torres, también existe la posibilidad de un narratario intradiegético, esto ocurre cuando el abogado Heliodoro Chuecos Rincón narra la historia del litigio a Francisco Villaverde y éste es el que recibe la información: “ Amigo Villaverde, como tantas cosas de nuestra historia.” (p. 196). De la misma manera, funcionarán como narratarios de Doña Inés, entre otros, los reyes de España “¿Estabas cansado de ilustraciones o era una mala tarde para salir de cacería, Carlos Tercero, que te quedaste escuchando esa sarta de mentiras?” (p. 41), “Te digo, Carlos Tercero, y es que eso no se queda así, porque los mantuanos estamos de la Corona hasta la coronilla” (p. 43), “ ¿O creías tú que los curas doctrinarios han podido convencerlos de que el sexo es pecado? Aquí, Carlos Cuarto, casi nada es pecado” (p. 47).También conocidos personajes de la historia son interpelados por la voz de Inés: “Cuéntaselo tú Vicente Emparan” (p. 47), “No pude menos que acordarme de ti, Joaquín Crespo. ¿No te levantaron de igual modo a los quince años cuando pasó una montornera por tu pueblo y el caudillo que fuere te vio de fuerte talla y de aguerrido valor y te llevó consigo?”.
Podemos concluir estas líneas con la idea de que la narradora Ana Teresa Torres ha utilizado una combinación hábil de técnicas variadas para mantener la cohesión interna de su novela en filigrana, y que este recurso ha permitido a la obra Doña Inés contra el olvido, mostrar tal fecundidad y esplendor en sus instancias narrativas, como para ofrecer un valioso terreno a la reflexión crítica.
REFERENCIAS
Bustillo, Carmen. (l195). El ente de papel. Caracas: Vadell Hermanos.
Eco, Umberto (l981). “Estructuras de mundo ¿Es posible hablar de mundos posibles?. Lector in fabula. España: Lumen (p. 172- 244).
Genette, Gérard. (1989). Figuras III. España: Editorial Lumen.
Kristeva, Julia. (1974)- El texto de la novela. España: Editorial Lumen.
Tacca, Oscar. (1978).Las voces de la novela. Madrid: Gredos S.A.
Torres, Ana Teresa (1992) Doña Inés contra el olvido. Caracas: Monte Avila Editores
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