Liduvina Carrera
La narrativa roabastiana ha visto su última publicación en Madama Sui (1996), texto que reconstruye ficcionalmente la vida breve e intensa de una de las hetairas del dictador Stroessner. El texto da cuenta de una novela que está siendo escrita por un autor, quien en el “Prefacio” escribe: “La tiranía que sirve de marco a esta historia (…) fue la más larga y cruel de las que asolaron en este siglo a América del Sur” (p.9); sin embargo, no ha sido su propósito “describir uno de estos regímenes de tiranía opresora” (idem). Aunque, como veremos, la imagen del dictador está presente en la obra, no es el tópico escribir acerca de ese “extraño y sui géneris dictador, de origen teutón”, sino de la figura de una joven mujer, favorita de ese prohombre, en la que el vértigo del perder no logró prostituir su dignidad e inocencia.
Como ya hemos dicho, la protagonista es una joven llamada Sui. Conocemos su historia por la investigación que realiza el organizador ficcional del texto y por las notas del diario de la misma dama. El novelista textual trata de reconstruir la vida de Lágrima González Kuzugüe, nombre verdadero de Sui, a quien “los muchachos de su generación le pusieron el apodo de Suindá que es el nombre del ave nocturna, de la familia de las lechuzas cazadoras” (p 44). Este extraño nombre tiene su origen en boca del mismo narrador: “Sui quedó como apodo despectivo de la más agraciada muchacha del pueblo de aquel tiempo” (p. 48).
Para organizar la vida de Sui, el narrador textual, quien investiga la historia, realiza una serie de entrevistas con el propósito de indagar en la vida de la protagonista de la novela que piensa escribir. Por ese motivo, se comunica con Ottavio Doria, tutor de Sui quien después de la muerte de su “hija adoptiva” había sufrido de un retiro ermitaño. A este hombre, el narrador le indica que se “hallaba preparando los materiales para escribir documentalmente la historia de Sui” (p 97). Luego, el propio novelista viaja a Manorá, su pueblo natal, de donde se había ausentado “por muchos años, en el exilio forzoso” (p. 49) por asuntos políticos y se dedica a la búsqueda de documentos y resultados de entrevistas a los conocidos que podrían ayudarlo con su proyecto. Por las líneas precedentes, el lector se entera de que el escritor también ha sido vecino del pueblo de Sui. Las frases dejan entrever las vivencias de este personaje ambiguo; en efecto, pareciera que Sui hubiese estado enamorada de él y ahora, después de la muerte de la protagonista, el amante vuelve para reconstruir la historia. De todos modos, queda a la interpretación del lector este hecho, porque el personaje llamado ËL, es confuso durante toda la obra y es el mismo a quien ha amado Sui durante toda su vida y con el cual se inmolará en las mismas llamas al final de su incierta vida.
Pero, veamos qué sucede con el tema del dictador, cuya opinión del organizador textual ya hemos conocido. Este escritor procura colocarse al lado de los que critican la figura del tirano, personaje nefasto para los pueblos latinoamericanos. Este gobernante del Paraguay, Stroessner, aparece duramente criticado en algunas líneas de la novela, veamos algunas frases al respecto: “El dictador, de sangre extranjera, aplicó e método de usar y explotar la enorme pero inerme potencia social de la mujer, prostituyéndola por la vía sexual sometiéndola a su servicio” (p. 104). Como se puede observar, el hecho de ser “amo y señor”, le ha dado privilegios al Hombre Fuerte: “El viejo derecho de pernada, actualizado, convertido en método político en el marco del poder totalitario, es la clave de este proceso de corrupción institucionalizada” (p. 105) De manera que todas estas acciones han sido vituperadas en algunas líneas de la obra.; pero, insistimos, éste no es el motivo que la inspiró.
En otro orden de ideas, la obra de Roa Bastos Madama Sui se ofrece al lector con el mismo nombre del texto que, a su vez está siendo organizado por el novelista que lee los apuntes dejados por la joven junto a otros textos obtenidos en consultas y entrevistas, esto es: La novela de Madama Sui Esta obra, dentro de la novela de Roa Bastos, se va escribiendo en la medida que el organizador ficcional la cuenta e interpreta en sus apuntes. Se ve pues, que se trata de una mise en abyme o la novela dentro de la novela. Es la obra que se escribe mientras se lee porque el novelista organiza los apuntes para escribir la novela que nosotros leemos.
Como la novela está en proceso de escritura, hay diferentes opiniones al respecto. El mismo Ottavio Doria, quien está siendo entrevistado por el organizador de los textos, comenta: “Usted busca palabras para esconderse detrás de ellas. Se figura que ya está escribiendo la <>. Mira, observa como un lapidario con su lupa esas palabras (…) como si ya estuvieran escritas (…) la mejore palabra es la que no se dice” (p. 109). De esta manera, se observa la manera cómo el texto existe en la medida que es leído por los lectores y escrito por el novelista textual. El escritor busca la información que servirá de matriz a su obra y, por esa razón, se leen frases como las siguientes: “según informe de los encuestadores que entrevistaron al arquitecto” (p. 61); “Según mis informantes, parece que…” (p. 61). Es la presencia de una búsqueda y procesamiento de datos para la organización final de <>.
Además de una novela dentro de otra novela, de textos espejeantes que tienen lugar sólo por la presencia del reflejo de cada una de ellas, en esta ficción se presenta una teoría de la novela. El autor coloca en boca de sus personajes frases que contienen aspectos teóricos acerca de cómo se elabora una novela. Ottavio Doria, por ejemplo, le da estos consejos al escritor: “La omnisciencia del autor es una de la convenciones fraudulentas en los procedimientos de la ficción tradicional (…) Escriba sobre la vida de Sui, como si se tratara de un personaje imaginario, para hacer más verosímil su verdad. Un escritor que se respeta debe tratar el bien y el mal con la misma objetividad equidistante” (p. 138); “Hágalo con el misérrimo coraje que se puede exigir a las llamadas <>” (p. 139); “Si va a escribir esa historia, escríbala de adelante hacia atrás como en las antiguas escrituras (…). Hay que retroceder hacia el punto de apoyo del origen, de las raíces, no derivar hacia un futuro que nadie conoce…” (p. 139). En otras líneas, por el mismo estilo, se lee: “Todo lo que es verdadero parece <>, aun cuando la novela sólo relata hechos ficticios” (p. 183). Ocurre la comunión entre la teoría y la praxis narrativa; en otras palabras, el escritor Roa Bastos escribe su novela en la medida que teoriza acerca de su estructura. Este hecho se confunde con la acción del organizador ficcional o novelista dentro de la obra, quien también escribe una obra y da cuenta de cómo hacerla.
Desde el momento en que el escritor paraguayo escribe esta teoría acerca de las características de las ficciones narrativas, él mismo las está tomando en cuenta en su propia novela, así vemos cómo existe un final confuso en que la protagonista parece inmolarse junto a las cenizas de su amado ÉL. Nos encontramos con el Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, el final del comienzo, la historia de los amantes que mueren juntos, pero que, a ciencia cierta se desconoce si fue verdad o mentira su existencia. Ante esta práctica, el escritor da cuenta, en la elaboración de su narrativa, de la siguiente teoría: “Una obra bien hecha es aquella cuyo final recuerda siempre el comienzo, cerrando el círculo del relato” (p. 138).
Cuando un autor escribe una novela, amuebla su mundo ficcional con personajes que deben llevar la carga de la acción en espacios geográficos inventados; en el caso de la protagonista, como hemos visto, un autor que escribe la vida de Madama Sui. El lector de la novela escrita por ese organizador ficcional de duda al final si los hechos narrados forman parte de su propia ficción o de la ficción emanada de los apuntes de Sui. La historia de ÉL, el gran amor de la vida de Sui, queda en la mente del lector con la misma ambigüedad como ha sido concebida por el autor ficcional de <> y ¿por qué no? del propio Roa Bastos: Madama Sui.
Para el lector, tanto de Madama Sui como de <>, ficción dentro de la ficción, comienza la duda acerca del personaje ÉL, porque con frecuencia se puede encontrar con acontecimientos confusos, a saber, cuando el novelista termina una de las entrevistas con el tutor de Sui, comenta: “Me embrolló bastante. Pero él se embrolló aún más (…) creyendo que yo era ÉL” (p. 140). Con estas palabras, el lector está creyendo que ÉL es el escritor; sin embargo, hay más. En otras líneas, el novelista asegura: “tengo sospechas de quien fue ÉL, pero no puedo asegurarlo, sin siquiera tenerlo por cierto para mí. Es verdad que yo también estuve deslumbrado, desde los bancos de la escuela, por la espigada y bella muchacha” (p 140). Entonces ¿el escritor es Él o simplemente es otro personaje que duda de esa existencia de un condiscípulo de Manorá?, en todo caso ¿ Sui mintió con respecto a ese amor platónico para guardarse muy en secreto lo único noble que hubo en su vida?. Sigue la ambigüedad y, con ella, la invitación al lector para despejar la duda.
Por diferentes acontecimientos, el lector se entera de que “Sui estaba enamorada de un muchacho de su edad, a quien ella llamaba ËL, por esconder su nombre. Deseaba guardarlo secreto, enteramente para sí. Fue el único amor de su vida. Se conocieron en el banco de los primeros grados de la escuela” (p. 117) “A los quince años, ella dejó el pueblo para ir a la ciudad de Villarrica, a seguir estudios. (…) Casi a la misma edad, ËL entró en la lucha clandestina” (p. 117). Esto relata el escritor que organiza la ficción, pero luego deja la ambigüedad de su propia existencia y en alguna oportunidad es posible creer que él mismo es ËL, como hemos comentado anteriormente.
ÉL es el amor de Sui, desde pequeños, ambos corrían por los campos cazando aves y estudiaban en el mismo salón de la escuela. ÉL le había regalado una camisa a Sui para que tuviese un recuerdo y ella la mantuvo por el resto de sus días. No es un personaje identificado, suele perderse en la ambigüedad del mismo escritor u organizador ficcional En una oportunidad el propio tutor de Sui, Ottavio Doria, al ser entrevistado, comenta acerca de ese personaje extraño y afirma: “Con sólo pasar revista en su memoria a los que fueron condiscípulos de grado de usted y de Sui, podría identificar fácilmente a que se llamó ÉL. Digo, si tiene buena memoria. Porque a veces uno se olvida de sí mismo o se confunde con otro. Son trampas del deseo o de la mala conciencia…” (p. 124)
Ottavio cree que el escritor es ÉL y así se lo hace saber con sus afirmaciones: “Usted sabe quién es ËL…-Me observó con una mirada escrutadora. De nuevo Ottavio Doria caía en la sospecha de que yo era ËL, aquel lejano compañero de banco de Sui en la escuela de Manorá. El novelista intrínseco comenta acerca del libro que escribe: “En esa novela ÉL tampoco tiene nombre. Por eso quise escribir la historia de Sui, la amante compañera de su ausencia. Pensé que allí encontraría al trasluz la revelación del enigma”. (p 124). La ambigüedad de ÉL sigue estando presente en el relato que hace Ottavio al escritor, cuando le cuenta cómo se inmoló el amante de Sui en las llamas donde después lo haría la propia Sui para cumplir su promesa: “Estaremos juntos en nuestras cenizas, dijo Sui. Allí estaremos mejor, respondió ËL” (p. 125)
Más adelante, el lector debe poner en juego su competencia literaria porque el escritor textual refiere un hecho que ata cabos sueltos: “Para Ottavio Doria hubiera sido un golpe fatal contarle (…) que Sui se había quedado con mi camisa de los trece años” (…). La misma duda, aparentemente, el escritor define que él mismo era el joven que a los trece años había jurado amor a Sui y le había entregado su camisa como prueba. Pero, en seguida, el mismo escritor comenta: “A veces suelo pensar que ÉL no existió verdaderamente salvo en la fantasía de Sui. La autoinmolación del perseguido y la propia de Sui, siguiéndole de cerca, sellaron con sus cenizas el fantasmal amor de ambos, la real y auténtica historia de sus vidas separadas y entrelazadas como las lianas del bosque, la verdad real de aquel fantástico amor” (p 141). El lector bien podría preguntarse cómo se mató el amante de Sui si, aparentemente, es el mismo personaje que investiga y escribe la historia ¿o era otro el amor de Sui?
Al final, queda la incertidumbre de la verdadera existencia de ÉL, quizá fue un amor secreto de Sui, pero la imagen del amante inmolado continúa presente. Incluso, queda la sospecha de que la propia existencia de Sui haya sido falsa, lo mismo que su historia: “En el cementerio de Manorá, por ejemplo, no hay ningún mausoleo construido por él [el arquitecto y tutor de Siu, Ottavio Doria] en homenaje a los padres de Sui. El busto de la fallecida Yoshima Hoshimaru Kusugüe, esculpido sobre el modelo vivo de Sui no existió (…) tampoco existe la supuesta estatua de mármol de Sui (…) tampoco existe la casa oriental de Sui (p. 152).
Como una realidad difusa se presenta lo que antes había existido ficcionalmente para el lector y para el propio escritor intrínseco: “Como sucede con las cosas de la realidad y con la gente de extraños perfiles, las imágenes de Madama Sui y de su casa se transformaban todo el tiempo. Eran imágenes siempre cambiantes” (p. 160). Quizá, para dar una respuesta lógica a tanta ambigüedad, “La casa de la <> acabó por desaparecer de la realidad. Entró en la imaginación de cada uno multiplicándose en infinidad de casas, todas semejantes y todas diferentes” (p. 162).
Pero, volvamos a la protagonista femenina, que al fin y al cabo fue la inspiración del texto. Siendo Sui el personaje principal de ambas historias, la de Roa Bastos y la escrita por el novelista dentro de la obra, su imagen aparece definida desde su niñez: “La niña, casi desnuda en su vestido rotoso, es de una hermosura salvaje. La cabellera enredada, endrina, revuela a sus espaldas” (p. 15). Desde un principio, se presenta su historia mestiza: “La chica es la huérfana sarakí del finado don Romildo González, de Loma Kavará, y de la también finada ña Yoshima Kusugüe, de la colonia japonesa” (idem). Esta muchacha salvaje queda bajo el cuidado de su tutor Ottavio Doria, artista, arquitecto, quien había construido la escuela del pueblo (donada por la propia Siu) y también la mansión de la joven cuando, convertida en Madama Sui, había regresado a su pueblo natal.
La narración se detiene especialmente en los trece años de Siu. Se comenta que en esa época: “tenía enloquecidos a los varones de la clase, Mareados, ansiosos, atarantados, andaban detrás de ella, pegados a sus polleras cortísimas, a sus abiertos escotes que dejaban entre ver los senos saltarines ya núbiles”.(p. 66). A esa edad, había solicitado a un compañero de clases que la hiciera suya: “Te elegí a vos, Leandro, para me hicieras mujer” (p. 75). ¡Extraña decisión en una niña huérfana y pueblerina! Sobre todo, el énfasis de sus palabras y actuación. Pero ¿qué vamos a hacer? Se trata de las aspiraciones de los escritores, compartidas con sus personajes.
Con el correr del tiempo, la propia Sui se daba cuenta de que quería ser alguien en la vida: “Había leído un libro de historia sobre Madama Lynch. Quedó subyugada por esa mujer que había llegado a ser una verdadera emperatriz de Paraguay (…) Cuando yo sea como Madama Lynch, no me van a llamar más Sui (…) me van a llamar Madama Sui” (p.65). A partir de entonces, crece la imagen de la niña huérfana y surge la hermosa mujer que gana un concurso de belleza y atrae con su belleza al Dictador. En definitiva, se cuenta que “Madama Sui era (…) oriunda de un pequeño pueblo campesino, había escalado de golpe, sin pena ni gloria, por gracias y donaires de su cuerpo, hasta el dudoso honor de hetaira de un hombre absolutamente mediocre y ridículo” (p. 93). En esta época resplandeciente de su vida, su casa era la mejor en el pueblo: “Totalmente construida con las mejores maderas del país, olorosa a selva virgen, de superficies aterciopeladas, casi carnosas, se asemeja a su propietaria” (p 78).
Este exótico personaje de Roa Bastos, Sui, defiende los derechos de la mujer, aunque haya aprendido de la vida bajo la condición de hetaira del Dictador desde joven: “No se dejen mandonear por los varones. Son animales que todavía no se han convertido en seres humanos” (p. 81). En más de una oportunidad el escritor la define como una persona sin malos pensamientos y víctima de su situación: “Se lió en Villarrica en unos amoríos, como todos los de ella, con el director de turismo de la ciudad. Empezó a aparecer en espectáculos públicos, en televisión, etc. Cuando el Gran hombre la vio por casualidad, quedó prendado de ella” (p. 119). Con una vida como la que llevó: “Allá lejos, en Asunción, cuando era hetaira del Gran Hombre, se sintió vieja a los dieciocho años” (p 28).
Un hecho que tiene lugar en la novela de Roa Bastos, y que no debemos pasar por alto, es la presencia de lo hispano. El autor da cuenta de los mitos guaraníes, por medio de palabras indígenas que, sin perder la secuencia de la lectura, no requieren un glosario especial. Por ejemplo, vemos la forma cómo describe a la mamá de Sui: “Los campesinos del lugar llamaban a Yoshima Kusugüe, doña Ceniña, o ña Tanimbula (<>, <>, en guaraní significan <>)” (p 37). La misma protagonista es descrita con términos guaraníes: “La gente de hoy aún se acuerda de ese apodo cuando mencionan a Lágrima González Kusugüe (… la <> (…) Siempre sería la mita-kuñá-sarakí” ( p. 48). En otra oportunidad se lee: “La apodaron también Caballito del diablo, el nombre popular del poético ñahatï, como se le llama en el cancionero popular” (p 72). El mismo escritor nos da las definiciones necesarias para entender los textos: “-Aña-rá-anga quiere decir en guaraní figura del diablo-hembra (…) los diablos machos son añá-rakó” (p. 171).
El personaje de Sui tiende a ser exótico, no sólo por su actuación, sino por su condición de mestiza paraguaya y japonesa. De todos modos, esto no es razón para dejar de lado las tradiciones de sus orígenes indígenas: “Madama Sui, acompañándose con el laúd de venticinco (sic) cuerdas cantó tres canciones en japonés. Cantaba como en un transporte a la vez orgiástico y místico. Ella misma interpretó las versiones en español y guaraní” ( p. 90).
Otros temas dignos de ser tomados en cuenta, al momento de leer la novela de Roa Bastaos, están presentes en la forma de presentarnos los diferentes relatos ficcionales. Ayudados del diario de Sui, el lector se informa acerca de su vida, la de sus padres, su viaje al Japón, su vida como hetaira al lado del Dictador, sus incursiones en amores con otras mujeres para conocer nuevas sensaciones (Frida Gräfenberg, la celadora alemana de las hetairas y Celina Blanco). El diario es una excusa para que el lector conozca los elementos que le son vedados en la investigación al novelista, es el relato intimista de la joven y se anuncia con párrafos como los siguientes: “dicen esos apuntes”, “sacó un cuaderno y escribió con letra rápida” (p. 130). El escritor se confiesa “compilador de estas memorias” (p. 132) y del “largo fragmento escrito en el cementerio” (p. 135). De esta forma, el lector de la obra de Roa Bastos se aproxima a la vida de Sui. Otra manera textual de aproximarse a esta biografía, está presente en las diferentes entrevistas hechas por el escritor ficcional a los amigos y conocidos de su personaje.
Los cuadernos de Sui han sido revisados por el narrador, quien los organiza para escribir la historia: “Madama Sui dejó los esbozos de una autobiografía muy detallada, en veinte cuadernos de escolar, escritos con letra menuda y fina. Un cuaderno por cada año de su vida, pues su muerte la sorprendió a los veinte años de edad, aunque sólo empezó a escribirlos a los quince años cuando comenzó su vida de hetaira” (p. 8). Muchos aforismos y pensamientos aparecen como tomados de estas páginas escritas por la joven protagonista: “Sólo los locos conocen la felicidad de estar locos” se lee en el epígrafe de uno de sus cuadernos (p. 84); “El que sabe esperar, vive, se dijo, lo dejó escrito en su diario” (p. 85).
Con la ayuda de Sui, Roa Bastos es un autor consciente de su escritura y juzga sus propios escritos, vemos cómo la mujer “pensó en sus cuadernos. Sintió vergüenza de ellos ante la poderosa revelación de libro que acababa de leer. Le entraron ganas de quemar esos apuntes de los sucesos anodinos de su vida” (p. 94) y también el escritor de la novela dentro de la obra, hace las siguientes observaciones en cuanto al estilo de la escritora: “Hay una mención críptica de este encuentro en los cuadernos” (p. 121). Sui cuenta algunos detalles patéticos, por ingenuos, de las artimañas a las que tenía que recurrir para sus salidas” (idem). En este caso, podemos observar cómo estamos ante la presencia de historias reflejadas como en un espejo, una ficción dentro de una ficción que critica su propia elaboración textual.
Para concluir con estas líneas que pretenden una lectura a la última novela de Roa Bastos, es conveniente tomar en cuenta que ella atrae por sus juegos narrativos. La obra está dividida en un “Prefacio”, siete partes y un “epílogo”; cada una de estas secciones sigue las secuencias en diferente orden porque no hay una linealidad en el tiempo y el lector debe organizar la ficción; por el contrario, existen saltos temporales que deben mantenerlo activo a la lectura que se le ha ofrecido en esta narrativa de ficción. Quizá uno de los elementos más llamativos sea el juego textual del narrador porque se debe estar atento a lo narrado por los personajes que a su vez narran a otros entes de papel y construyen nuevos espacios para su propuesta ficcional.
muy bella historia q recuerda a la época de Strossner los años 60 y 70...
ResponderEliminarTambién por recordar al japón en la parte q dice q la chica llamada Sui era una hija criolla y mestiza japonesa.... y es de rica palabras en el contexto...