ACERCA DE LAS AUTORAS

domingo, 4 de abril de 2010

EL SISTEMA DE VALORES EN LA NARRATIVA VENEZOLANA DEL SIGLO XX

Liduvina Carrera

Hoy en día es común hablar de valores y opinar que la crisis social se debe a su pérdida; por ese motivo, se buscan soluciones que, definitivamente, no están en manos de los dirigentes ni en las medidas externas, sino "sobre todo en la persona, en su educación y en el cultivo de una serie de valores como la honestidad, la verdad, el respeto, el trabajo, la comprensión, la colaboración, la crítica, la solidaridad y la espiritualidad" (Conde, R. 1995: 5). Los valores buscados y perseguidos por una sociedad funcionan como motivaciones, y están presentes en las opciones que sus integrantes seleccionen en un momento determinado. De esto, se desprende el sentido amplio de definirlos como "todo aquello que favorece la plena realización del hombre como persona" (Conde, R. 1995: 9). En fin de cuentas, el problema del valor es inherente al hombre porque lleva consigo la búsqueda del significado último de su vida.
Cuando se pretende dar una explicación a los valores, se presenta un hecho difícil y complejo, porque éstos se sitúan en un plano abstracto e ideal; es decir, los valores no pueden ser observados, en la medida que no son acontecimientos concretos; pero, sin duda, están presentes en cualquier sociedad humana y orienta sus conductas en determinadas direcciones. Por otro lado, el valor tiende a ser aquello a lo que se aspira y se desea porque representa las mejoras en el individuo o en la sociedad. Así, vemos cómo el valor es cambiante y depende de factores dinámicos (Frondizi, R.1986: 218).
Por todo lo anterior, es posible concretar que no hay reglas fijas para la creación o apreciación estética o para el comportamiento moral y, por lo tanto, no se puede insistir en ajustar el comportamiento moral de una sociedad a reglas fijas tradicionales. El valor es, pues, una cualidad estructural que tiene existencia y sentido en situaciones concretas y se apoya doblemente en la realidad. Por una parte, la estructura de lo valioso surge de cualidades empíricas y el bien, al que se incorpora, se da en situaciones reales; sin embargo, el valor no se reduce sólo a esas cualidades, ni se agota en sus realizaciones concretas; por lo contrario, deja abierta una ancha vía a la actividad creadora del hombre. (Fondizi, R. 1986:221).
En la historia venezolana ha surgido la necesidad de conquistar un nivel de autonomía económica política, social y cultural compatible con la idea de un pueblo libre y soberano. Se hablaba de un país neocolonizado y dependiente, elementos que se han ido profundizando y han tomado nuevas formas, vinculaciones y valores. La sociedad venezolana ha atravesado por distintas épocas y, con ellas, evidentemente, se ha planteado diferentes esquemas de valores. Por ejemplo, hoy día, se arrastra una enorme deuda externa como consecuencia de errores gerencias que ha hecho posible una brusca expansión del gasto público; un desorden político y administrativo se observa en todos los niveles de la vida nacional, la corrupción parece indetenible ante la manifiesta incapacidad del alto gobierno para afrontarla con decisión y firmeza en los distintos órdenes de la administración pública. Esta situación ha configurado un panorama de descomposición social que ha caracterizado el último medio siglo venezolano. (Yegres Mago, A. (1996: 8). Como las situaciones críticas procuran cambios y vivencia de etapas nuevas; se debe observar los nuevos valores que van emergiendo en las sociedades, "dispuestos a modificar nuestra forma de actuar como elementos efectivos de esta dinámica" (Carrera y otros, 1995: 20).
Todo esto recuerda que, con las crisis, se cambian velozmente los valores tradicionales; pero también es de advertir que los cambios no se producen sólo en las estructuras morales y sociales, o en el plano económico y político, cultural o educativo, también se produce en el mundo científico; por ello, en el campo de la literatura ha habido transformaciones significativas. (Yegres Mago, A. 1996: 9). Por otro lado, se debe recordar la existencia de valores comunes y universales, aceptados por todas las sociedades, valores sobre los cuales no cabe discusión alguna: la vida, la paz, la convivencia, la libertad, entre otros; todos ellos hacen posible que el individuo sea más persona, que el ser humano sea más humano y más digno de vivir en sociedad.
Los valores han sido adoptados en acuerdos internacionales y están por sobre cualquier creencia religiosa, sentimientos étnicos o valoraciones culturales de cualquier tipo. La escala de valores es la única que puede unir en una acción creadora e identificar al individuo como ser humano, capaz de vivir en convivencia y armonía social. (Yegres Mago, A. 1996: 21).
Sin lugar a dudas, los factores socio- económicos y éticos inciden de manera indirecta en las crisis de valores en la humanidad; además, los fracasos gubernamentales también invaden las esferas sociales y políticas de un país; por eso, en algunas épocas, todo esto se traduce en una permanente apatía hacia los valores fundamentales de la sociedad y se cuestionan los valores éticos esenciales para la construcción nacional, entre ellos: la nacionalidad, el patriotismo, el trabajo y la solidaridad.
Por otra parte, también se debe tomar en cuenta el hecho de que, en la actualidad y sobre la base de la dicotomía Modernidad - Postmodernidad, se ha planteado un discurso variado. La primera ha sido definida, a grandes rasgos, como una época que erige la razón superaradora, explicadora y progresista en paradigma de la verdad (Ross, 1992: 301). Por su parte, la Postmodernidad, ha encarnado la crisis de la razón moderna superadora de toda atadura: frente a dicha razón explicadora, ahora se preconiza postmodernamente una razón implicadora y, paradójicamente, emerge el mito del antihéroe junto a una nueva razón manifiesta e indagadora, no de una verdad pura sino del sentido plural, cómplice y diseminado.
En este sentido, Balandier (1993: 61) insiste en que la sociedad ha cambiado y tanto su movimiento como sus desórdenes imponen otro diálogo, donde está presente el caos. Se presenta una época que cabalga en forma vertiginosa entre dos siglos: lo simple se hace complejo, lo múltiple prevalece sobre lo singular, lo aleatorio sobre lo determinado y el caos gana al orden; en definitiva: frente a una realidad incierta, el sujeto se enfrenta con la ambigüedad. Con la entrada del Milenio, el hombre se ha hecho planteamientos acerca de una realidad que cuestiona los grandes relatos de la humanidad. Los tiempos han cambiado y la historia ha tomado un nuevo rumbo. Posiblemente, también los valores tradicionales de actitudes ante la vida, hábitos y conductas, idearios, identidad cultural, entre otros, sean vistos con otro punto de vista y se concentren respuestas diferentes ante tales cambios de visión de mundo.
En este orden de ideas, se debe tener en cuenta que, si la literatura refleja en cierta forma los ideales del hombre y las búsquedas de su realidad, también las obras literarias demuestran los cambios de visión de mundo que han tenido los hombres. Este hecho resulta interesante y, es posible, rastrear los valores universales en algunas obras narrativas de la Venezuela del siglo XX. Dicho lo anterior, se pretende observar la realidad nacional por medio de su literatura de ficción, ya que siempre podrá ser un reflejo de la realidad nacional.
En todo caso, con respecto al estudio de los valores reflejados en textos seleccionados de narrativa venezolana del siglo XX, también hay que tomar en cuenta algunos aspectos de interés; porque pretender que se pueda congelar la obra literaria a un período concreto o a un género cualquiera, es un hecho absurdo. La literatura debe ser entendida a partir de su pluralidad y capacidad de ubicarse "en el sitio que mejor le plazca" (Santaella, J.C. 1990) y esto dificulta la organización periódica del material que se desea consultar. De todos modos, lo que sí es cierto es la relación intensa que existe entre el lenguaje de un narrador y la sociedad que lo contiene, aunque se logre por medio de los poderes de la imaginación. La única relación de un escritor con la sociedad y con el tiempo, en el cual le ha tocado vivir y escribir, es un compromiso del orden de la imaginación. Al escribir, se describe un mundo y al describirlo, se le inventa con palabras. De aquí la dificultad de asumir que una obra de ficción constituya un calco de la realidad; sin embargo, las décadas literarias no surgen de manera independiente, al margen de una tradición, de una historia, de importantes antecedentes estéticos, temáticos y políticos. La plataforma política y económica sobre la cual se superpone la producción literaria y artística de Venezuela, es importante porque se revelan los síntomas propios de la sociedad. Por tal motivo, la narrativa es capaz de presentar ficcionalmente la historia de los valores representativos en el país durante épocas diferentes.
Los vestigios del modernismo de principios de siglo

El alma cosmopolita de la generación modernista fundió diversos fermentos provenientes de distintas épocas y países; en este sentido, se unieron en la misma inspiración, temas surgidos de las culturas clásicas de Grecia y Roma, del Renacimiento, de las mitologías nórdicas, de las doctrinas orientales y del mundo indígena prehispánico. (Sambrano Urdaneta, O.y D. Miliani. s.f,: 29). La literatura modernista no sólo aspiró a la perfección de la forma, sino también procuró encerrar en esa perfección el alma contemporánea toda, compleja y vibrante. (Díaz Rodríguez, M. 1919: 141).
En América, algunos escritores modernistas fueron denominados como “autores de la Torre de Marfil” por el hecho de las evasiones presentes en sus obras; el esteticismo puro, empleado por ellos, quiso enaltecer “el arte por el arte” y se apartó de la realidad del país. Otros se inspiraban en lo vernáculo, en el paisaje propio; a este grupo se le llamó “Mundonovistas” (Díaz Seijas, P. 1996:365) y resultó una reacción provechosa para las letras porque reaccionó frente al Modernismo exótico de cisnes, príncipes, ninfas y sátiros.
Los escritores de la época vivieron el desorden del universo, la injusticia de la sociedad, la subversión de los valores, una desarmonía generalizada que parece regir a la propia naturaleza y permitiría enjuiciar incluso a Dios. Existe una contradicción instaurada en la Sociedad, porque se separan dos órdenes que estaban unidos: por un lado las creencias tradicionales, los modos externos y públicos. Las palabras y los ritos que componen los valores de una sociedad y por el otro, los comportamientos reales de quienes ejercen aquellas mismas creencias, modos y palabras. Como fue norma del tiempo, se observa la contradicción desde un ángulo moral, más que social, pues era la moral el único absoluto que parecía firme después del temporal de antirreligión del Positivismo, para medir el funcionamiento de los seres humanos. (Rama, A. 1978)
Gran parte de estas características, estaba presente en los escritores venezolanos de principios de siglo, cuyas obras bebieron la fuente de su inspiración en estos vestigios de la sociedad enmarcada en el Modernismo.

Rufino Blanco-Fombona

Este polifacético autor captó el espíritu modernista de la sociedad caraqueña, a principios de siglo, en sus dos novelas El Hombre de Hierro (Blanco-Fombona, R. s.f.) y El hombre de oro (Blanco-Fombona, R. 1930).
La imagen de la juventud se presenta sin ideales; precisamente en El Hombre de Hierro, existe una dura crítica a la adolescencia caraqueña; el autor la tilda de “caterva de perdidos” (Blanco-Fombona, R. s.f.:13), porque los jóvenes se comportan como “calaveras” que pasan el tiempo en amoríos y fiestas, sin mayor motivo que el de pasarla bien y sin valores nobles para llenar la vida.
La actitud de las muchachas sumisas de otrora, ha cambiado. Posiblemente, los valores de esta sociedad se definan por un pensamiento más libre en lo que atañe a la moral o a las buenas costumbres; entre las muchachas de la sociedad caraqueña, es motivo de burla que un joven en edad de matrimonio, siga siendo virgen en la ciudad: “Pero ¡Cómo! ¿Será posible? ¡A su edad! No parece caraqueño. Pero ¿nunca? ¿nunca?” (Blanco-Fombona, R. s.f.:25). Antes se tendía a considerar un
valor la virginidad prematrimonial y un pecado la contracepción, y a obedecer al marido como al padre. Luego cambió su condición, cambiaron sus derechos, sus valores y su erotismo. Lo que es bueno y lo que es malo. Los hombres de aquella misma época creían en la patria, en la lucha contra el extranjero, o bien contra el enemigo ideológico. Por doquier estaba presente la Iglesia, con la confesión, con los sacramentos y con la dirección espiritual. Sus normas morales se extendían hasta la más mínima anfractuosidad de la vida cotidiana. Todas estas creencias, todos estos valores, todas estas reglas han sido alteradas (Alberoni, F. 1995: 26)

Por otro lado, la mujer adolescente procura un matrimonio, aun sin amor, sólo con la idea de huir de la casa paterna y procurarse otras libertades, es el caso de María, la protagonista quien se“casó porque deseaba labrarse una posición independiente y salir del tutelaje; porque las mujeres deben casarse (...) porque no poseía más fortuna que sus frescos abriles” (Blanco-Fombona, R. s.f.:86-87). Este tipo de situaciones, el matrimonio sin amor, da pie a otro hecho Visión ante el adulterio: “Ella pensó a menudo en el amor a otro hombre que no fuera su marido, como en algo posible, probable, aceptable; pero la palabra adulterio, que ahora le vino a la punta de la lengua, chocóle instintivamente, con aquella repugnancia que la costumbre nos hace contraer, sin analizar, hacia muchas cosas y que constituye parte de nuestras preocupaciones” (Blanco-Fombona, R. s.f.:88).
Evidentemente, que la visión del adulterio en sentido negativo, está definido por la costumbre, según el autor, pero no porque así debe de entenderse en una sociedad que busca el bien de sus integrantes y la fidelidad de las parejas. Cuando se habla de fidelidad, se implica el compromiso temporal de permanecer motivado, interesado e implicado en una causa, idea, creencia o persona. Los valores personales son algo más que propósitos de intenciones, son algo que marca los designios de una vida (Corbella Roig, J.2000: 163). Por otra parte, la fidelidad excluyente, la que aparta de otras relaciones afectivas, será una consecuencia lógica de la vinculación amorosa a la pareja y no la represión contenida y torturada. La fidelidad que no nace de la libertad del amor se convierte en una caridad compasiva, casi en un insulto (Corbella Roig, J.2000: 163), si estas idean forman la base de la sociedad ¿por qué la visión de adulterio en la novela de Rufino Blanco-Fombona?. Parece, pues, que la crítica va dirigida a esa pérdida de los valores tradicionales o a la imposición de nuevos puntos de vista; en todo caso, pareciera una respuesta a una relación matrimonial forzada. Cabría recordar que: “las normas morales cambian de una sociedad a otra y se modifican en el curso de la historia” (Alberoni, F. 1995: 9).
A pesar de todo lo anterior, llama la atención el adulterio como asunto repetido en la novela El hombre de oro: “En la mesita de noche, una esquela corta y trágica explicaba la ausencia. Olga le decía en aquellas líneas que huía con un hombre, con un hombre de veras, en busca de la felicidad que él no supo darle” (Blanco-Fombona, R. 1930: 179).
Aún así, el autor da razón de algún comentario con respecto al adulterio, en El hombre de hierro: “Sabes, hija mía. Tú eres una mujer casada. Esos cuchicheos en público, no te convienen. Tú no eres una Madama Bobvary” (Blanco-Fombona, R. s.f.:89). La voz de la experiencia es la que habla, pero los valores han cambiado: “Doña Josefa, la excelente doña Josefa, con su experiencia de matrona madura, ducha en achaques del mundo, sabe que a la sociedad no puede dársele de patadas, porque la sociedad paga en la misma moneda; y los mil pies de la multitud hacen daño” (Blanco-Fombona, R. s.f.:93). Al respecto, resulta importante recordar que “la moral es siempre un mirar desde fuera” (Alberoni, F. 1995: 24) y, por ese motivo, la protagonista recibe el consejo de la matrona experimentada. La crítica siempre vendrá de la sociedad y el mensaje se repite en la novela El hombre de oro con una sociedad calumniadora: “Mañana se dirá en Caracas que yo acepto las galanterías de Irurtia. Conozco a Caracas: lo que empieza por un chiste concluye por una calumnia” (Blanco-Fombona, R. 1930: 51.).
Como sociedad que vive los vestigios del Modernismo, los personajes de Rufino Blanco-Fombona se regodean en un ambiente exótico, sobre todo en el teatro descrito en El hombre de hierro, donde se respira ambiente superficial que nada tiene qué ver con el país:
El teatro resplandece. Una inmensa culebra de rosas, de jazmines de malabar y de azucenas, tranzadas con verdes hojas, ciñe la delantera de los palcos, ondulando en los intercolumpios, como puentes colgantes de flores, y perfumando los bustos de máximos maestros de la harmonía: Beethoven, Mozart, Bellini, Donizetti, Berlioz, Wagner, Chopin, Schubert, Weber, Gounod. (...) Aquí y allá, telas vaporosas de lila, de salmón y de azul, volantes montados con frunces y recubiertos con encajes de Manilas, faldas de velo de seda nutrida con guarniciones de terciopelo (...) lóbulos de rosadas orejas en las que fulgece la chispa azul de un zafiro; cuellos de cisne abrazados de perlas; cabecitas morenas y castañas besadas de un jazmín o de un clavel” (Blanco-Fombona, R. s.f.:72-73)

Este estilo galante se ve reforzado con el idioma francés: “Adolfo esperó que el gurrupié pagara ambos cuadros. Echó una ojeada a los nuevos envites, calculó un segundo en sus mientes; pero algo no le convino, de seguro, porque exclamó en francés: Messieurs: Il y a une suite” (Blanco-Fombona, R. s.f.:76).
Si los escritores modernistas de la “Torre de Marfil” fueron llamados así porque estaban ajenos a su entorno, la sociedad de principios de siglo reflejada en las novelas de Blanco-Fombona, mantiene vivos los restos de este movimiento. Es fácil encontrar en la literatura de esta época, una crítica dura a lo nacional, sólo es bueno lo que viene de afuera y se tiende a comparar la vida en Caracas con las grandes metrópolis. La mayoría de las veces se denigra de lo nacional, de lo propio, los ojos miran hacia fuera, no hay forma de que lo nacional sea tomado en cuenta. Los personajes de El hombre de hierro critican una zarzuela:“Eso es una porquería” (...) “Por qué ¿por ser obra nacional?” (Blanco-Fombona, R. s.f.:20). Caso similar se repite, una y otra vez, cuando desde el Calvario, una hermosa vista hace emocionar a Rosalía (una de las amigas de la protagonista María): “¡Qué bello!, ¡Qué bello!, ¡Qué bello!” (Blanco-Fombona, R. s.f.:23) y Ana Luisa, otra de las amigas, responde: “¡Si tú conocieras a París!”( Blanco-Fombona, R. s.f.:23).
En cuanto a la educación recibida por los niños, también se pensaba que “el sistema de severidad inglesa para educar a los niños era admirable” (Blanco-Fombona, R. s.f.:25). Existe una desconfianza general en lo propio, sobre todo en los negocios: “Ramón tronó ¡cómo! ¿No sabía doña Felipa que los venezolanos eran unos carneros; que los capitalistas de aquí no arriesgan un céntimo en empresas; que la usura es lo único que los seduce? (Blanco-Fombona, R. s.f.:28).
Otro punto de fácil crítica se da en los gobiernos: “-¡Ah, nuestros gobiernos! La inmoralidad de nuestras costumbres políticas es lo que nos pierde. Aquí no hay patriotismo, ni honradez, ni nada” (Blanco-Fombona, R. s.f.:29). En general, se denigra del venezolano; “Los hijos de extranjeros son aquí los mejores patriotas...¡Qué patria! ¡No me hablen de patria! Yo comprendo que se atenga orgullo en haber nacido inglés, o alemán o hasta francés; en ser ciudadano de los Estados Unidos. Pero con qué cara dice uno: , ¿qué significa- vamos a ver- ser venezolano? Pertenecer, no más ni menos, a una tribu de cafres...” (Blanco-Fombona, R. s.f.:36).
Las construcciones venezolanas son, a menudo, comparadas con las de otros países, pero de forma denigrante: “-Ese ferrocarril de La Guaira a Macuto, entre el monte y el mar, me recuerda el de Marsella a Génova y resto de la costa ligur. Sólo que allí el tren es de lujo; y la gente mas chic. ¡Ah!, y los túneles y los puentes y los caseríos. ¡Una delicia!” (Blanco-Fombona, R. s.f.:88). En otra oportunidad, se puede leer: “- ¡Qué obra más atrevida! ¡No hay sino los ingleses para estas cosas!. (Blanco-Fombona, R. s.f.:98)
La visión que se tiene del venezolano, desde otros países, hace pensar que el nativo no tiene seguridad de sí mismo: “En Europa y Norte-América no se publican de nosotros sino las noticias desastrosas de guerras, terremotos, inundaciones, cuanto pueda dañarnos” (Blanco-Fombona, R. s.f.:49); por otro lado, existe la idea de que “Europa y Los Estados Unidos ...quieren la prosperidad de estos pueblos; los quieren ricos y felices, para que les compren a ellos lo que ellos producen” (Blanco-Fombona, R. s.f.:50).
La visión del país es negativa, sobre todo en lo que se refiere a la fe religiosa y a las actividades inherentes a la Iglesia; esto se observa a lo largo de los variados ejemplos que presenta el autor: “ – Usted, de veras, quizás no conozca bastante a Venezuela (...) Esto es una pocilga.” (Blanco-Fombona, R. s.f.:138). “Aquí, en rigor, no hay clero (...) la mayoría la constituyen mulaticos y gente de escalera abajo, que se ordena para ascender socialmente, no por fe” (Blanco-Fombona, R. s.f.:139). “Venezuela, desgraciadamente, es un país sin fe, no ya religiosa, sino carente de fe en cualquier orden de ideas. No se tiene fe en los principios, ni en los esfuerzos, ni en los hombres ni en nada” (Blanco-Fombona, R. s.f.:139). “Aquí se ríe todo el mundo de los más nobles entusiasmos. (Blanco-Fombona, R. s.f.:140). “No hay unidad de raza, y, por consiguiente, carecemos de ideales nacionales” (Blanco-Fombona, R. s.f.:142). De la misma manera, a las mujeres que ayudan a la Iglesia, se les tilda de beatas inescrupulosas: “Beatas redomadas, musitando preces, desgranado rosarios y pegadas a la cogulla, odiaban con odio de sacristía a cuanto fuera lujo, gracias, coquetería, buen olor” (Blanco-Fombona, R. s.f.:110).
Tal es el desencanto de lo nacional, que se aspira a mejorar con la inmigración: “Mientras que la propaganda de descrédito continúe, entre otras razones para que los europeos no emigren hacia acá, estamos perdidos; no tendremos inmigración. Y la inmigración es lo que nos salva” (Blanco-Fombona, R. s.f.:50). En este caso, no se llega a ningún lado con la subestima de lo propio, “hay que aceptar con naturalidad todo lo que somos, sin desvalorizaciones, culpabilizaciones enfermizas, sin añadir o sacar nada. Ello nos permitirá ser más auténticos, (y) edificar sobre los fundamentos sólidos de la verdad”. (Viñas Rexach, A y M. Burguet Arfelis, 2000:22).
En El hombre de oro, también existen muchos ejemplos de ese afán por lo foráneo y necesidad de volver los ojos fuera del país: Exotismo. Búsqueda de lo foráneo como mejor. Veamos algunos de ellos, una de las protagonistas,Olga, pensaba con respecto a su porvenir: “haría, por ejemplo, un viaje a la India, a Benarés, a Madrás, a Bombay, a Calcuta, a las selvas indostáticas (...) ¿y qué le reservaba el destino? Una existencia mediocre, oscura, subterránea, aburrida, monótona; en Caracas, siempre en Caracas (...). Este personaje aspiraba a otra realidad, a disfrutar como “las mujeres que se iban con un príncipe, que se dejaban raptar por un tenor de esos que recorren el universo cantando, viendo ciudades nuevas a cada aurora, aplaudidos por mujeres de toda la tierra, la escarcela bien repleta con el oro de las cinco partes del mundo” (Blanco-Fombona, R. 1930: 50.).
En cuanto a la educación, se puede observar la preferencia por la de otros lares: “aquella hija de alemán, educada en colegio alemán” (Blanco-Fombona, R. 1930: 97). En el afán por copiar lo foráneo, se buscan otros horizontes mejores que los venezolanos: “Los planes de este gran financista (...) émulo de los más eminentes de Inglaterra y Francia, serán la salvación de la república ... Aceptémoslos llenos de un ardiente patriotismo” (Blanco-Fombona, R. 1930: 163). Otro personaje, Andrés Rata, “ya no soñó con playas de mar ni arnas de oro en Venezuela, sino que urgía por un cargo en el extranjero, en cualquier parte, “aunque fuese en Haití” (Blanco-Fombona, R. 1930: 173).
En lo que se refiere a las leyes y gobernantes, El hombre de hierro ofrece falsos ídolos, el facilismo y el engaño predominan en las siguientes líneas: “¡Las leyes! Ay, amigo Linares (...) las leyes no significan nada; no involucran la opinión del pueblo venezolano, que no las hace, que las ignora (...) - Pero si no las hace, las acepta. –Por eso no. El pueblo de aquí es un hato de carneros. Acepta las leyes, sí, como una tiranía” (Blanco-Fombona, R. s.f.:110).
La presencia del empleado inescrupuloso que se vale de su amistad con los políticos, también es resaltada en la obra de Rufino Blanco-Fombona:
El doctor, médico sin clientela, nunca practicó en serio su carrera (...) Su pedantismo le hacía creerse superior a sus cargos, y pensar que si hubiera un Gobierno serio, conservador, un Gobierno en el cual los ciudadanos se apreciaran en razón directa de los méritos, él seria por lo menos ministro, o consejero de Estado. Si bien al servicio de los gobiernos existentes- pandillas de rateros- él podía permitirse el censurarlos desde la inminente cima de su honorabilidad personal (Blanco-Fombona, R. s.f.:109).

De igual forma, en El hombre de Oro, se repiten las mismas actitudes con diferentes personajes. Empleados públicos sin mayores escrúpulos proliferan por las páginas de esta novela: “Sin talento, sin ideales, sin valor (...) flotó siempre como un corcho sobre el oleaje político. Vivió constantemente del presupuesto nacional, adherido como una ostra al Erario de la República, o chapándoselo como una sanguijuela” (Blanco-Fombona, R. 1930: 59.). Otros ejemplos significativos, también pone de manifiesto el tema: “Siempre que se necesitó un hombre que firmase lo que nadie quería firmar, allí estaba Aquiles Chicharra: lo hacían ministro; cuando se solicitó un hombre que dijese lo que nadie quería decir, allí estaba Aquiles Chicharra: lo hacían diputado; si fue menester condenar algún inocente, allí estaba Aquiles Chicharra: lo hacían juez” (Blanco-Fombona, R. 1930: 59). “En los intervalos de esos magnos servicios prestaba otros menos ruidosos, aunque a veces no menos útiles, como el de deslizarse a lo somormujo en la amistad y en el hogar ajenos, y sondear a Fulano, o ir a comprar en Europa un yatecito para recreo del presidente, yate que se cargaría luego a la nación al precio de un crucero acorazado” (Blanco-Fombona, R. 1930: 59.).
En esta obra, también está presente el antivalor de la adulación, tan propia de las personas que desean obtener algún beneficio sin merecerlo. El autor estudiado está consciente de ello cuando opina que “los sujetos perdidos en la opinión pública suelen ser los más hambrientos de consideraciones sociales. Y también son los que más las agradecen (Blanco-Fombona, R. 1930: 43.). Un ejemplo significativo está en el siguiente párrafo: “Aquello era el colmo de la lisonja. Chicharra no pudo resistir. Compararlo con Bolívar, pase. El tenía cualidades que a Bolívar faltaron. ¡Pero compararlo con don Vicente Amengua?. ¡Cielo santo!” (Blanco-Fombona, R. 1930: 64). La presencia de los antivalores se da porque: “Nos sentimos llevados a pensar que existen las virtudes nobles y los hombres buenos” (Alberoni, F. 1995: 15) y, por tal motivo, pareciera que en este tipo de personajes no existen dichas virtudes capaces de sembrar el bienestar en la sociedad.
Incluso, si de antivalores se trata, en la novela El hombre de oro, el protagonista es un usurero: “Camilo Irurtia, rico caraqueño, conocido por tacaño” (Blanco-Fombona, R. 1930: 7.) y su actividad se rige por los negocios que perjudican al resto de la sociedad: “Les entregaré poco dinero y la casa más mala que pueda. Después de todo, yo no soy padre ni protector de esa familia ¡Qué diablos! Un negocio es un negocio. Y yo no soy hermana de la caridad” (Blanco-Fombona, R. 1930: 47.).
En este caso, habría que decir, como pedía Durkheim, “respeta tu rol y haz de la mejor manera posible aquello que se espera de ti en la división del trabajo social. Nosotros queremos que el médico cure bien, que estudie, se prodigue y se perfeccione en su actividad profesional” (citado por Alberoni, F. 1995: 28). Pero, en la sociedad de principios de siglo ya comenzaba a cimentarse este descuido de la moral ante el rol cumplido en la sociedad. En todo caso, no es la idea de una sobrevaloración, porque se pecaría de falso orgullo y, con esta actitud, la persona se siente autosuficiente y no acepta la limitación inherente a su condición, la actitud contraria, la humildad, de donde “brotará la aceptación de las condiciones física y del carácter” . (Viñas Rexach, A y M. Burguet Arfelis, 2000:32).
En las obras de Rufino Blanco-Fombona, se critican los males de la sociedad; pero, en vez de cultivar o tomar en cuenta los valores, se fija la mirada en los anti- valores: adulterio, usura, envidia, calumnias, para dibujar una sociedad dañada por la ambición y el derroche de facilismo en la escalada al poder, tanto político como social. Si partimos de la idea de que “todos tenemos una idea de qué es una buena sociedad: una sociedad en la que cada uno es tratado con inteligencia y amor, sin agresividad, sin envidia, en la que cada uno comprende las necesidades del otro y responde a ellas con inteligencia y sabiduría” (Alberoni, F. 1995: 65); se aprecia una sociedad vacía, sin mayores ilusiones que la buena vida, sin formación de elementos transcendentales. El autor, por su situación personal de ostracismo, critica la sociedad de la primeras décadas caraqueñas que vivieron sometidas al despotismo del Dictador Juan Vicente Gómez. Una sociedad aduladora de los que detentan el poder, un modo de vivir engañado y engañador de las circunstancias.
RESEÑAS BIBLIOGRÁFÍCAS

Alberoni, F. (1995). Valores, 23 reflexiones sobre los valores más importantes en la vida. Barcelona, España: Gedisa Editorial.
Blanco-Fombona, R. (1930.). El hombre de Oro. Madrid – Barcelona – Buenos Aires. Compañía Iberoamericana de Publicaciones (S.A)
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Carrera, L. y otros. (1995). Cómo educar en valores. Madrid: Narcea, S. A. de ediciones.
Conde, R. (Coord) (1995). El docente. Pedagogía de los valores. La educación en Venezuela 38. Caracas: Centro de Reflexión y Planificación Educativa. (CERPE)
Corbella Roig, J. (2000). “La fidelidad”. En: Romero, E. (coord.). Valores para vivir / 2. Alcalá, Madrid: CCS. pp. 155-167).
Díaz Rodríguez, M. (1919). “Prólogo”. En: Trovadores y Trovas – Pequeña Opera Lírica. Madrid: América.
Díaz Seijas, P. (1996). La antigua y moderna literatura venezolana. Caracas: Armitano.
Dominici, P.C. (1924). Tronos vacantes. Buenos Aires: Ediciones Librería Voluntad.
Frondizi, R. (1986). ¿Qué son los valores?. México: Fondo de Cultura Económica.
Rama, A. (1978). “Prólogo”. En Darío, R. Poesías. Caracas: Arte.
Sambrano Urdaneta, O. y D. Miliani (1975). Literatura Hispanoamericana Manual / Antología. Volumen I. Caracas: Editorial Texto.
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Yegres Mago, A. (1995). Educación en valores. Caracas: Ediciones del Núcleo de Investigaciones Filolsóficas del IPC.

1 comentario:

  1. Estimada Sra. Carrera,
    Siempre he sido critico de la situacion social que vive nuestro pais fundamentada en la escacez de valores. Me ha encantado su articulo y el hecho de que ofrece una revision del libro de Blanco-Fombona. Logre encontrarla porque debo realizar en Alemania una presentacion de nuestra cultura y esta incluye los valores de nuestro pais.
    Muchas gracias por escribir.
    Saludos,
    Eduardo

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